martes, 31 de mayo de 2011

A. Salazar: CONCEPTOS FUNDAMENTALES EN LA H. DE LA MÚSICA

Adolfo Salazar: CONCEPTOS FUNDAMENTALES EN LA HISTORIA DE LA MÚSICA. El impuso romántico. a) La escena

     Los acontecimientos de la vida social son, frecuentemente, causas decisivas en los cambios que experimentan las artes, aunque las más veces no son sino causas mecánicas que, como aquellos sucesos sociales, estaban acarreadas por un movimiento de fondo, por un sordo proceso espiritual del que tales acontecimientos no son sino la apariencia exterior. Cuando esto ocurre así, dichos sucesos parecen correlativos de las transformaciones artísticas. Cuando los episodios de la vida social son puramente circunstanciales y no tienen un arraigo profundo en la conciencia de la época, su efecto sobre el arte es episódico y efímero. Entre el gran cambio que sufre el mundo occidental desde la última parte de la Edad Media al llamado Renacimiento; entre éste y los movimientos artísticos que le suceden, ocurren multitud de episodios dentro de todas las artes que parecen no tener conexión entre si, y que incluso a veces parecen contradictorias; tanto más cuanto más compleja se hace la vida social y más se diversifican en ella los elementos que la componen. Por un fenómeno de perspectiva las épocas de la sociedad europea, las de no importa qué otra cultura, parecen unificarse, simplificar sus motivos vitales o estilísticos conforme están más alejadas de nuestro horizonte sensible y aquella zona se ensancha hasta convertirse en un horizonte racional. En la inmensa variedad de sus asuntos la Edad Media nos parece simple de líneas y de objetivo: “época de la regla y de las masas” se la ha denominado; ordenación social en comportamientos simétricos, en los cuales la conciencia obedecía a las mismas coerciones, dentro de nociones muy simples y de enorme extensión y poderío espiritual, tanto como el número limitado pero fortísimo de sus instituciones: el Imperio y la Iglesia; en seguida el feudalismo y el monasterio: el burgo, entre ellos, y dentro de él la Universidad. La sociedad medieval se mueve dentro de estos términos exclusivos, reglamentada, disciplinada como un ejército o una orden religiosa donde el individuo desaparece en la masa y la personalidad se disuelve en el principio espiritual que dirige el grupo.

     Lazos férreamente sujetos que van oxidando sus coyunturas a lo largo del trecento, del siglo XIV, en el que el Renacimiento se prepara, para aparecer radiante a las luces del siglo XV. Al lado de la complejidad de objetivos que engendra y que florecerán en la época del Barroco, el Renacimiento parece movido por resortes relativamente fáciles de enumerar. Y, junto al Barroco, la etapa siguiente, el Romanticismo, parece alcanzar el clima máximo en su variedad de aspectos, de ambiciones, de criterios muchas veces antagónicos y contradictorios.

lunes, 30 de mayo de 2011

Alan Moorehead: LAS FUENTES DEL NILO AZUL

Alan Moorehead: EL NILO AZUL. Cap. 1

 El Nilo Azul saliendo del Lago Tana

     El Nilo Azul arranca muy quedo y tranquilo del Lago Tana, en las tierras altas septentrionales de Etiopía. No existe ninguna cascada o catarata, ninguna corriente perceptible, nada en realidad que denote que una parte al menos de este dulce fluir se embarca en un viaje irreversible hacia el Mediterráneo, a 4.000 kilómetros de distancia. El desagüe actual se abre en una bahía, en el extremo sur del lago y a buen seguro el viajero lo pasaría por alto. La línea de la costa se divide en dos islas bajas, ribeteadas de cantos de lava negra y cubiertas de jungla, con el agua verdegrís deslizándose entre ellas. No hay aldeas, salvo los pocos pescadores que van de aquí para allá en sus bolsas de papiro como barqueros en un estanque, no se divisa el más mínimo signo de civilización. El silencio es absoluto. En las rocas, algunos ágiles monos grises, y el martín pescador, blanco y negro, aleteando a dos o tres metros de agua antes de lanzarse en picado sobre un pez. Cuentan que en estos aledaños viven serpientes pitón que crecen hasta alcanzar seis metros o más, adornadas con dibujos que combinan el negro y otros muchos colores. Si tiene suerte, mucha suerte, tal vez vislumbre alguna nadando hacia un nuevo territorio de caza junto a la costa, pero lo más frecuente es que permanezcan apostadas en las ramas bajas de los árboles y que desde este seguro escondite entre las hojas lancen un trallazo para asir y devorar algún mono o pequeño y confiado antílope que baja al rio a beber.


     Estamos a 1.800 metros sobre el nivel del mar y el sol ecuatorial es extraordinariamente abrasador y luminoso. No obstante, hacia mediodía se levanta una brisa sobre el lago que se prolonga hasta el atardecer; entonces el sol se desvanece en una explosión de lívidos colores que puede resultar muy fría si se duerme al raso durante la noche. El río está lleno de esos contrastes y sorpresas. En las fuentes puedes sentir el aislamiento y la soledad más extremos, pero ten por cierto que algún etíope, oculto entre los árboles, estará observando cada movimiento que hagas; además, el pueblo de Bahar Dar queda justo a la vuelta de un promontorio que se extiende al sur. A media hora escasa, al otro lado del lago, se levantan los monasterios coptos que han sobrevivido desde la Edad Media, habitados por monjes que por la mañana y de nuevo al atardecer deambulan lentamente en torno a las iglesias de techo de paja con la cruz en una mano y el humeante incensario en la otra. En lo murales del santuario, invadido por las ratas, desconchados por la humedad y la podredumbre, Cristo y sus discípulos etíopes aparecen representados como hombres blancos atendidos por mujeres santas medio desnudas. Sólo el diablo es negro.


     En estos parajes, donde en un instante dado puede hacer un calor abrasador y al siguiente helar, donde la broncínea campana de la iglesia tañe en soledad, pronto se aprende a vivir entre anacronismo y contradicciones manifiestas. Se niega incluso que el lago Tana sea la fuente del río. Hay quien razona -de hecho, más que un razonamiento es una creen establecida y aceptada- que el río nace realmente en una zona pantanosa llamada Ghish Abbai, a unos cien kilómetros al sur. De este pantano, el río Pequeño Abbai, discurre por la meseta etíope hasta hasta el recodo suroeste del lago y se dice que sus aguas fluyen por el propio lago hasta la boca próxima de Bahar Dar que acabamos de describir. Todos los mapas antiguos muestran  el curso del río marcado con trazo firme a través del lago. Lo más recientes presentan Ghish Abbai como fuente y nacimiento.


sábado, 28 de mayo de 2011

Quevedo: EL BUSCÓN



Quevedo: EL BUSCÓN. Cap. II



     DE COMO FUE A LA ESCUELA Y LO QUE EN ELLA LE SUCEDIÓ.
Calleja de Segovia
    

     A otro día ya estaba comprada la cartilla y hablado el maestro. Fui, señora, a la escuela; recibióme muy alegre diciendo que tenía cara de hombre agudo y de buen entendimiento. Yo, con esto, por no desmentirle di muy bien la lición aquella mañana. Sentábame el maestro junto a sí, ganaba la palmatoria los más días por venir antes e íbame el postrero por hacer algunos recados a la señora, que así llamábamos a la mujer del maestro. Teníalos a todos con semejantes caricias obligados; favorecíanme demasiado, y con esto creció la envidia de los demás. Llegábame a todos, a los hijos de caballeros y personas principales, y particularmente a un hijo de don Alonso Coronel de Zúñiga, con el cual juntaba meriendas. Íbame a su casa a jugar los días de fiesta y acompañábale cada día. Los otros, o que porque no les hablaba o que porque les parecía demasiado punto el mío, siempre andaba poniéndome nombres tocantes al oficio de mi padre. Unos me llamaban don Navaja y otros don Ventosa; cuál decía, por disculpar la invidia, que me quería mal porque mi madre le había chupado dos hermanitas pequeñas de noche; otro decía que mi padre le había llevado a su casa para que la limpiase de ratones (por llamarle gato). Unos me decían "zape" cuando pasaba y otros "miz". Cuál decía:

     - Yo le tiré dos berenjenas a su madre cuando fue obispa.
La ciudad de Segovia

     Al fin, con todo cuando andaban royéndome los zancajos, nunca me faltaron, gloria a Dios; y aunque yo me corría disimulaba; todo lo sufría, hasta que un día un muchacho se atrevió a decirme a voces hijo de una puta y hechicera; lo cual, como me lo dijo tan claro (que aun si me lo dijera turbio no me diera por entendido) agarré una piedra y descalabréle. Fuíme a mi madre corriendo que me escondiese; contéla el caso; díjome:

     - Muy bien hiciste: bien muestras quién eres; sólo anduviste errado en no preguntarle quién se lo dijo.

     Cuando oí esto, como siempre tuve altos pensamientos, volvíme a ella y roguéla me declarase si le podía desmentir con verdad o que me dijese si me había concebido a escote entre muchos o si era el hijo de mi padre. Rióse y dijo:


     - ¡Ah, noramaza! ¿eso sabes decir? No será bobo, gracia tienes. Muy bien hiciste en quebrarle la cabeza, que estas cosas, aunque sean verdad, no se han de decir.

     Yo con esto quedé como muerto y díme por novillo de legítimo matrimonio, determinado a coger lo que pudiese en breves días y salirme de en casa de mi padre: tanto pudo conmigo la vergüenza. Disimulé, fue mi padre, curó al muchacho, apaciguólo y volvióme a la escuela, donde el maestro me recibó con ira hasta que, oyendo la causa de la riña, se le aplacó el enojo considerando la razón que había tenido.



viernes, 27 de mayo de 2011

Plutarco : DEMETRIO Y ANTONIO



Plutarco : DEMETRIO Y ANTONIO




     Los primeros a quienes ocurrió la idea de comparar las artes a los sentidos, me parece que a lo que atendieron principalmente fue a la facultad de formar juicio, con la que nos es dado discernir igualmente  los contrarios en uno y otro género; porque en esto es en lo que convienen; mas diferenciándose en referir a un fin lo juzgado y discernido. Porque el sentido no es más bien facultad  de discernir lo blanco que lo negro, lo dulce que lo amargo, lo blando y que cede de lo duro y que resiste, sino que su ministerio es, tropezando con cada cosa, ser de todas movido y al ser movido trasladar a la inteligencia la

Plutarco

impresión que le han hecho; pero las artes, dirigidas por la razón a la elección y consecución de su objeto propio, y a la repulsión y fuga de su contrario, lo primero lo examinan por su misma institución y de propósito, y lo segundo para guardarse y por accidente; porque si la medicina atienda accidentalmente a la enfermedad y la música a la disonancia, es para conseguir mejor la ejecución de los contrarios. Las más perfectas de todas las artes, a saber, la templanza, la justicia y la prudencia, no solamente juzgan de lo honesto, de lo justo y de la útil, sino también de lo perjudicial, de lo torpe y de lo injusto; y no celebran la simplicidad que se complace en no tener experiencia de los vicios, sino que la tienen por necedad e ignorancia de aquellas cosas que importa sobre todo sean conocidas que los que se proponen vivir bien. Así, los antiguos espartiatas hacían a los ilotas en sus festejos beber vino destempladamente, y después los introducían en sus banquetes para que los jóvenes vieran por sus ojos la deformidad de la embriaguez; mas nosotros no tenemos por muy humano ni por muy político el procurar la corrección de unos por medio del desorden y la destemplanza de otros. Creemos, sí, que

Demetrio

los que más se abandonaron, y en un gran poder y grandes negocios manifestaron una insigne maldad, puede quizá convenir que introduzcamos una o dos parejas para que también sus vidas sirvan de ejemplo; no a fe por el placer y la diversión de variar nuestro cuadro, sino a la manera de lo que ejecutaba Isamenias de Tebas, que haciéndoles a sus discípulos oír a los que tañían bien la flauta y a los que la tañían mal, les decía después: "Así no se ha de tocar". Antigónidas creía que los jóvenes oirían con más gusto a los buenos flautistas después de haber oído alguno malo; pues del mismo modo me parece a mi que nos dedicaremos con más ardor a observar e imitar las vidas ordenadas y buenas si no carecemos del conocimiento de las viciosas y vituperadas.
Marco Antonio

     Contendrá, pues, este libro las vidas de Demetrio el Poliorceta y de Antonio el Triunviro, muy propios ambos para confirmar la máxima de Platón de que los caracteres extraordinarios se llevan los grandes vicios como las grandes virtudes. Siendo ambos igualmente dados al amor, bebedores, belicosos, dadivosos, magníficos e insolentes, fueron semejantes en los sucesos de fortuna; pues no sólo en vida consiguieron grandes victorias y tuvieron grandes descalabros, hicieron dilatadas conquistas y las perdieron, y habiendo caído de un modo inesperado, por otro inesperado se levantaron, sino que perecieron también, el uno hecho cautivo por sus enemigos y el otro estando muy próximo a que le sucediera lo mismo.

jueves, 26 de mayo de 2011

Salustio.- YUGURTA

Salustio: LA GUERRA DE YUGURTA.
Comienzo.

El Jardín de Salustio


 Sin causa alguna se quejan los hombres de que su naturaleza es flaca y de corta duración; y que se gobierna más por la suerte, que por la virtud. Porque si bien se mira, se hallará por el contrario, que no hay en el mundo cosa mayor, ni más excelente; y que no le falta vigor ni tiempo, sí sólo aplicación e industria. Es, pues, la guía y el gobierno entero de nuestra vida el ánimo, el cual, si se encamina a la gloria por el sendero de la virtud, harto eficaz, ilustre y poderoso es por si mismo; no necesita de la fortuna, la cual no puede dar a nadie bondad, industria, ni otras virtudes. Pero si, esclavo de sus pasiones, se abandona a la ociosidad y a los deleites perniciosos, a poco que se engolfa en ellos y por su entorpecimiento se reconoce ya sin fuerzas, sin tiempo y sin facultades para nada, se acusa de flaca a la naturaleza, y atribuyen los hombres a sus negocios y ocupaciones la culpa que ellos tienen. Y la verdad, si tanto esmero pusieron en las cosas útiles, como ponen en procurar las que no les tocan, ni pueden serles de provecho, y aún aquellas que le son muy perjudiciales, no serían ellos los gobernados, sino antes bien gobernarían los humanos acaecimientos, y llegarían a tal punto de grandeza, que, en vez de mortales que son, se harían inmortales por su fama.



Africa del Norte en la Antigüedad
 Porque como la naturaleza humana es compuesta de cuerpo y alma, así todas nuestras cosas e inclinaciones siguen unas el cuerpo y otras el alma. La hermosura, pues, las grandes riquezas, las fuerzas del cuerpo y demás cosas de esa clase pasan brevemente; pero las esclarecidas obras del ingenio son tan inmortales como las almas. Asimismo, los bienes del cuerpo y de fortuna, como tuvieron principio, tienen su término; y cuanto nace y se aumenta llega con el tiempo a envejecer y muere; el ánimo es incorruptible, eterno, el que gobierna el género humano, el que lo mueve y lo abraza todo, sin estar sujeto a nadie. Por eso es más de admirar la depravación de aquellos que, entregados a los placeres del cuerpo, pasan su vida entre los regalos y el ocio, dejando que el ingenio, que es la mejor y más noble porción de nuestra naturaleza, se entorpezca con la desidia y la falta de cultura; y más habiendo, como hay, tantas y tan varias ocupaciones propias del ánimo, son las cuales se adquiere suma honra.

Salustio, según un grabado del siglo XVIII

 Pero entre éstas los magistrados y gobiernos, y en una palabra, todos los empleos de la república son en mi juicio en este tiempo muy poco apetecibles, porque ni para ellos se atiende al mérito, y los que destituidos de él los consiguen por medio de fraudes, no son por eso mejores ni viven más seguros. Por otra parte, el dominar un ciudadano a su patria y a los suyos y obligarles con la fuerza, aunque se lleguen a conseguir y se corrijan los abusos, siempre es cosa dura y arriesgada, por traer consigo todas las mudanzas de gobierno muertes, destierros y otros desórdenes; y, por el contrario, empeñarse en ello vanamente y sin más fruto que malquistarse a costa de fatigas, es la mayor locura; si ya no es que haya quien, poseído de un infame y pernicioso capricho, quiera el mando para hacer un presente de su libertad y de su honor a cuatro poderosos.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Clarin.- LA REGENTA

Clarín : LA REGENTA

Comienzo de la novela
Oviedo


     La heroica ciudad dormía la siesta. El viento sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas, papeles, que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina, revolando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles. Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de basura, aquellas sobras de todo, se juntaban en un montón, parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegados de las esquinas, y había pluma que llegaba a un tercer piso, y arenilla que se incrustaba para días, o para años, en la vidriera de un escaparate, agarrada a un plomo.
Calles de Oviedo

     Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacía la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana de coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre de la Santa Basílica, La torre de la catedral, poema romántico de piedra, delicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne, era obra del siglo dieciséis, aunque antes comenzada, de estilo gótico, pero cabe decir, moderado por un instinto de prudencia y armonía que modificaba las vulgares exageraciones de esta arquitectura. La vista no se fatigaba contemplando horas y horas aquel índice de piedra que señalaba el cielo; no era una de esas torres cuya aguja se quiebra de sutil, más flacas que esbeltas, amaneradas como señoritas cursis que aprietan demasiado el corsé; era maciza sin perder nada de su espectacular grandeza, y hasta sus segundos corredores, elegante balaustrada, subía como fuerte castillo, lanzándose desde allí en pirámide de ángulo gracioso, inimitable en sus medidas y proporciones. Como haz de músculos y nervios, la piedra, enroscándose en la piedra, trepaba a la altura, haciendo equilibrios de acróbata en el aire; y como prodigio de juegos malabares, en una punta de caliza se mantenía, cual imantada, una bola grande de bronce dorado, y encima otra más pequeña, y sobre ésta una cruz de hierro que acababa en pararrayos.
La Catedral

     Cuando en las grandes solemnidades el cabildo mandaba iluminar la torre con faroles de papel y vasos de colores, parecía bien, destacándose en las tinieblas, aquella romántica mole; pero perdía con estas galas la increíble elegancia de su perfil y tomaba los contornos de una enorme botella de champán. Mejor era contemplarla en clara noche de luna, resaltando en un cielo puro, rodeada de estrellas que parecían su aureola, doblándose en pliegues de luz y sombra, fantasma gigante que velaba por la ciudad pequeña y negruzca que dormía a sus pies.
El autor

martes, 24 de mayo de 2011

Huizinga

Johan Huizinga: EL OTOÑO DE LA EDAD MEDIA.

Cap. 5: El sueño del heroísmo y del amor



     Siempre que se profesa en toda su pureza el ideal caballeresco pónese el centro de gravedad en el elemento ascético. En la época de su primer florecimiento emparejóse este ideal sin violencia, e incluso por necesidad, con el ideal monástico: en las órdenes militares de la época de las Cruzadas. Como en realidad imponía al ideal renovadas y crueles decepciones, fue retirándose aquél más y más de la esfera de la fantasía y en ella siguió conservando los rasgos de noble ascetismo, que raras veces eran visibles en medio de las realidades sociales. El caballero andante, como el templario, está libre de lazos terrenos y es pobre.

     Las conexiones del ideal caballeresco con elevados elementos de la conciencia religiosa -la compasión, la justicia, la fidelidad- no son, pues, en modo alguno, artificiosas o superficiales. Pero no son ellas las que hacen de la caballería la forma ideal de vida por excelencia. Ni tampoco las raíces inmediatas que tienen en la belicosidad masculina habrían podido elevarla a ello, si el amor de las mujeres no hubiese sido el fuego ardiente que prestaba el calor de vida a aquel complejo de sentimientos e ideas.
El arcángel san Miguel

     El profundo carácter de ascetismo, de denodada abnegación, que es propio del ideal caballeresco, está en estrecha conexión con la base crítica de esa actitud vital, siendo quizá tan sólo la traducción moral de un deseo insatisfecho. No sólo en la literatura y en las artes plásticas encuentra el deseo de amor su reducción a imagen, su estilización. La necesidad de dar al amor un estilo noble y una noble configuración encuentra en todas las manifestaciones de la vida un ancho campo donde desplegarse: en el trato cortés, en los juegos de sociedad, en las diversiones y deportes. También en todo esto se sublima constantemente el amor y se torna romántico. La vida respira en ello el aire de la literatura, aunque en realidad ésta lo aprenda todo de la vida. El motivo del caballero y de la frouwe (dama) se daba en las circunstancias reales de la vida.
El Krak de los Caballeros

     El caballero y su dama, el héroe por amor..., he aquí el eterno y principal motivo romántico, que en todas partes surge y ha de surgir siempre. Es la más inmediata traducción de la pasión sensible en una negación ética o cuasi ética. Radica inmediatamente en la necesidad de mostrar el valor, exponerse a peligros y acreditar la fuerza de padecer y de dar la sangre, todo por la dama: impulso que conoce todo mozo de dieciséis años. La exteriorización y el cumplimiento del deseo, que parecen inasequibles, son reemplazados y superados por la heroicidad por amor. Por eso se plantea en seguida la muerte como alternativa, asegurándose por ambas partes, digámoslo así, la satisfacción.

 Johan Huizinga

lunes, 23 de mayo de 2011

Braudel: EL MEDITERRANEO

Fernand Braudel: EL MEDITERRANEO



     EL MAR.- Hay que tratar de imaginarlo, de verlo con la mirada de un hombre de antaño: como un límite, como una barrera extendida hasta el horizonte, como una inmensidad obsesionante, omnipresente, maravillosa y enigmática. Hasta ayer, hasta el vapor cuyos primeros récords de velocidad parecen hoy irrisorios -nueve días de travesía, en febrero de 1852, entre Marsella y El Pireo-, el mar ha seguido siendo inmenso para medida antigua de la vela y de los navíos sin fin, a merced de los caprichos del viento, que necesitaban dos meses para ir de Gibraltar a Estambul, y una semana al menos, a menudo dos, para ir de Marsella a Argel.

     Desde entonces, el Mediterráneo se ha encogido un poco cada día más, ¡extraña piel de tafilete! Y en nuestros días el avión lo atraviesa de norte a sur en menos de una hora. De Túnez a Palermo, en treinta minutos: apenas habéis salido y ya ha sido sobrepasada la orla blanca de las salinas de Trapani. Si volais desde Chipre, ahí teneis Rodas, mancha negra y violeta, y, casi inmediatamente, el Egeo, las Cícladas de un color que, hacia mediodía, tira a naranja: no habéis tenido tiempo de distinguirlas cuando Atenas está ahí.

     El historiador debe desprenderse, cueste lo que cueste, de esa visión que hace del Mediterráneo actual un lago. Como se trata de superficies, no olvidemos que el Mediterráneo de Augusto o de Antonio, o el de los Cruzados, o incluso el de las flotas de Felipe II, tiene cien veces, mil veces las dimensiones que nos revelan nuestros viajes a través del espacio aéreo o marino de hoy. Hablar del Mediterráneo de la historia es, pues -primer cuidado y preocupación constante- darle sus verdaderas dimensiones, imaginarlo en un vestido desmesurado. Por si solo, antes era un universo, un planeta.



     UNA MESURADA FUENTE DE VÍVERES.- El mar añade mucho a los recursos del país mediterráneo, pero no le asegura la abundancia cotidiana. Sin duda, desde que ha habido hombres en sus riberas, de hecho desde el comienzo mismo de la prehistoria a través del Viejo Mundo, los peces han prestado su contribución de frutti di mare; es una industria tan vieja como el mundo. Pero, en el Mediterráneo, esos frutos no sobreabundan. No se trata ni de las riquezas del Dogger Bank, en Mar del Norte, ni de las fabulosas pesquerías de Terranova o Yeso, en el Norte del Japón o en las costas de Mauritania.

     El Mediterráneo sufre, en efecto, una especie de insuficiencia biológica. Demasiado profundo, desde sus orillas carece de esas plataformas poco sumergidas, indispensables para la reproducción y la pululación de la fauna submarina. Además, el Mediterráneo, mar antiquísimo, estaría como desgastado en sus principios vitales por la longevidad; debido a ello, sería poco rico en plancton, esos animales y plantas microscópicas que flotan en la superficie de las aguas marinas y son el alimento básico de las especies.

domingo, 22 de mayo de 2011

Goethe-Fausto

J.W. Goethe. FAUSTO.

Primera Parte. Escena Primera.
     Noche. En un aposento gótico, de altas bóvedas, Fausto, inquieto, en un sitial ante el facistol 



     FAUSTO.- Ahora ya, ¡ay!, he estudiado a fondo filosofía, leyes, medicina y, por desgracia también, teología, con ardoroso esfuerzo. Y ahora me encuentro, ¡pobre de mi!, tan sabio como antes. Me llaman maestro y hasta doctor, y diez años llevo ya zamarreando a mis discípulos, cogidos de la nariz, arriba, abajo, a este lado y al otro... y veo que no podemos saber nada. Lo cual me achicharra la sangre. Cierto que soy más discreto que todos esos jactanciosos doctores, maestros, escribanos y clérigos: no me quitan el sueño escrúpulos ni dudas y no le tengo miedo ni al infierno ni al diablo...; pero, en cambio, también ha huido de mi toda alegría, no me imagino saber nada a derechas, no me hago la ilusión de poder enseñar nada, ni de mejorar ni convertir a los hombres. Tampoco tengo bienes, ni dinero, ni honor y lustre mundanos; un perro no habría podido aguantar tanto esta vida. Por eso me he consagrado a la magia, a ver si por la fuerza y el verbo del espíritu, se me puede revelar más de un misterio, a fin de no tener más necesidad de decir, sudando la gota gorda, aquello que no sé; de reconocer lo que el mundo encierra en su más íntimo meollo, contemplar toda la fuerza operante y las causas de las cosas, y no seguir atascado en palabras. ¡Oh, si por última vez tú, ¡oh luna llena!, alumbrases esta tortura mía, que tantas madrugadas me tuvo desvelado ante este atril! Luego, sobre libracos y papeles, te me aparecían tú, ¡oh triste amiga! ¡Pudiera yo, ¡ay!, vagar por cumbres de montañas, bañado en tu dilecta lumbre, gravitar en torno a los alpestres antros en compañía de los espíritus, vagar en tu penumbra por los prados, y libre de todo tormento por saber, bañarme, sano, en tu rocío... ¡Ay de mi! ¿Estoy aún en la cárcel? ¡Maldito romo agujero donde hasta la clara luz del cielo turbia penetra por los pintados vidrios! Arrinconado tras esta pila de libros, que la polilla roe, cubierto de polvo, que hasta lo alto de esas bóvedas envuelve un ahumado papel; todo alrededor obstruido con vasos y redomas, atestado de instrumentos; todo el menaje familiar de los abuelos ahí apilado... ¡He ahí el mundo! ¡Vaya un mundo! ¿Y todavía preguntas por qué tu corazón se encoge triste en el pecho? ¿Por qué un inexplicable pesar te cohíbe todo impulso de vida? En vez de esa viva Naturaleza que Dios creó ahí para los hombres, sólo te rodean a ti por todas partes humo y polilla y costillas de animales y fémures de muertos... ¡Huye! ¡Arriba! ¡Allá, a ese ancho mundo. ¿No será bastante compañía para ti este misterioso libro de Nostradamus, escrito de su puño y letra? Reconocerás luego el curso de los astros, y en sometiéndosete la Naturaleza, se levantará la fuerza del alma, según un espíritu le habla a otro. Inútil es que un árido sentido te explique aquí esos signos sagrados... Cerníos en torno a mi, ¡oh espíritus! ¡Contestadme si me oís! (Abre el libro y contempla el signo del macrocosmos). ¡Ah y qué delicia fluye de esa visión y de repente inunda mis sentidos todos! ¡Siento una juvenil, sagrada dicha vital correr con nuevo ardor por mis nervios y venas!

sábado, 21 de mayo de 2011

Séneca

Séneca.- INVITACIÓN A LA SERENIDAD




En ocasiones la vanidad intelectual desvía la necesidad de escribir para enseñar, para ser útil.

En mis estudios, creo que es mejor prestar atención a la materia y hablar en razón de ella, por lo demás, que las palabras se entreguen al argumento: las lleven donde las lleven, el discurso se seguirá sin esfuerzos. ¿Por qué es necesario componer obras que hayan de perdurar a través de los siglos? Por favor, tú no lo hagas, no escribas para que las generaciones futuras no te silencien. Has nacido para morir: un funeral silencioso tiene menos molestias. Así pues, para ocupar el tiempo en tu propia utilidad, y no buscando elogios, escribe algo en un estilo sencillo. Necesitan menos esfuerzos quienes se entregan al trabajo día a día. Pero, de nuevo, cuando el espíritu se ha elevado, tal como respira, y el discurso sale según la dignidad de la materia. Entonces, olvidándome de mi norma y de un juicio más estrecho, me dejo arrebatar hasta lo más sublime, y ya no soy yo el que habla por mi boca.

viernes, 20 de mayo de 2011

Marañón.- El Conde-Duque

Gregorio Marañón: EL CONDE-DUQUE DE OLIVARES. Cap. V.

 El Palacio del Buen Retiro

     Los dos arquetipos de dictadores.
     Desde el punto de vista morfológico, los hombres poseídos de la pasión de mandar se dividen en dos grandes grupos: el fuerte, ancho, rechoncho, con tendencia a la obesidad, que en terminología moderna se denomina "pícnico"; y el enjuto, aguileño, delgado o, según esa terminología, "asténico". Como es sabido, cada uno de esos dos grupos de hombres poseen un espíritu y un temperamento distintos. El pícnico propende al humor con alternativas ya de exaltación hipomaníaca y de optimista sensualidad, ya de depresión y melancolía. En suma, lo que llaman los psiquiatras el temperamento cicloide o ciclotímico. El asténico, en cambio, suele poseer un espíritu y un temperamento frio e irritable, rígido, reconcentrado, de gran vida interior. En suma, lo que los psiquiatras denominan temperamento esquizoide o esquizotímico.

     Como dice Kretschmer, el pícnico y cicloide es el hombre todo superficie, al que arrastra y moldea cada día, en su vaivén, la vida exterior; mientras que el asténico y esquizoide es el hombre de superficie más profunda, cuyo fuerte mundo interior le rige y le mantiene a salvo de la oscilación exterior (autismo).

    
El mecanismo de la captación ansiosa del poder es, naturalmente, distinto en una y otra clase de conductores. El gran jefe pícnico y cicloide se eleva gracias al dinamismo comunicativo de sus fases hipomaníacas, en las que rebosa de optimismo, de proyectos grandiosos y a veces temerarios, de energía y de sentido práctico, de confianza en sí mismo, fácilmente comunicativa, y de energía incansable y absorbente para el trabajo. Su fuerza depende de su gesto espectacular; y esto le permite salvar las fases de depresión, durante las cuales sólo conoce él su hundimiento espiritual; el gesto, vivo, aun cuando no responde a la tensión interior, da a los que le obedecen la misma sensación de estímulo irradiante que en los episodios hipomaníacos. Es esto, la continuidad en el gesto, lo primero que aprenden a hacer los dictadores de esta categoría; porque si desde fuera se viese la oscilación de su alma, estaban, al punto, perdidos: el pueblo ve en ellos el titán, y el titán no tiene derecho a fatigarse ni a perder su actitud erecta. Sólo cuando la edad y el cansancio acentúan la profundidad y la longitud de las curvas de represión, empiezan éstas a traslucirse en la conducta; en detalles insignificantes al principio, luego con nitidez; y es ésta, se ha dicho, la señal infalible de que su caída se aproxima.

Olivares

     El gran jefe asténico o esquizoide se eleva a favor de su austeridad, de su severidad -a veces de su crueldad-, de su inflexible espíritu de justicia, de su pasión idealista.

     Si el dictador pícnico arrastra por el gesto, el asténico convence por su conducta. Aquél atrae por su acción llamativa. Éste se impone por su rigor y su reserva.
Felipe IV

jueves, 19 de mayo de 2011

Cervantes. Persiles.

Cervantes. LOS TRABAJOS DE PERSILES Y SEGISMUNDA. Libro Primero. Capítulo XX.


Cervantes. LOS TRABAJOS DE PERSILES Y SEGISMUNDA.
Libro Primero. Capítulo XX.



     A poco tiempo que pasó el día, desde lejos vieron venir una nave gruesa, que les levantó las esperanzas de tener remedio. Amainó las velas y pareció que se dejaba detener las áncoras, y con diligencia presta arrojaron el esquife a la mar y se vinieron a la playa, donde ya los tristes se arrojaban al esquife. Auristela dijo que sería bien que aguardasen los que venían, por saber quién eran. Llegó el esquife de la nave y encalló en la fría nieve, y saltaron en ella dos al parecer gallardos y fuertes mancebos, de extremada disposición y brío, los cuales sacaron encima de sus hombros a una hermosísima doncella, tan sin fuerzas y tan desmayada que parecía que no le daba lugar para llegar a a tocar la tierra. Llamaron entonces los que estaban ya embarcados en el otro esquife y les suplicaron que se desembarcasen, a ser testigos de un suceso que era menester que los tuviese. Respondió Mauricio que no había remos para encaminar el esquife, si no les prestaban los del suyo. Los marineros, con los suyos, guiaron los del otro esquife y volvieron a pisar la nieve.

     Luego los valientes jóvenes asieron de dos tablachinas, con los que cubrieron los pechos, y, con dos cortadoras espadas en los brazos, saltaron de nuevo en tierra. Auristela, llena de sobresalto y temor, casi con certidumbre de algún nuevo mal, acudió a ver la desmayada y hermosa doncella, y lo mismo hicieron todos los demás. Los caballeros dijeron:


     -Esperad, señores, y estad atentos a lo que queremos deciros.

     -Este caballero y yo -dijo el uno- tenemos concertado de pelear por esta enferma doncella que ahí veis; la muerte ha de ser la sentencia en favor del otro, sin que haya otro remedio alguno que ataje en alguna manera nuestra amorosa pendencia, si ya no es que ella, de su voluntad, ha de escoger cuál de nosotros dos ha de ser su esposo, con que hará envainar nuestras espadas y sosegar nuestros espíritus. Lo que pedimos es que no estorbeis en manera alguna nuestra porfía, la cual lleváramos hasta el cabo, sin tener temor que nadie nos la estorbara, si no os hubiéramos menester para que mirárades. Si estas soledades pueden ofrecer algún remedio para dilatar siquiera la vida de esa doncella, que es tan poderosa para acabar las nuestras, la priesa que nos obliga a dar conclusión a nuestro negocio no nos da lugar para preguntaros por agora quien sois, cómo estáis en este lugar tan solo y tan sin remos que no los tenéis, según parece, para desviaros de esta isla tan sola que aún de animales no es habitada.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Mommsen



Theodor Mommsen: HISTORIA DE ROMA. Libro Segundo. Cap. IV
LOS GALOS EN ROMA.
Roma desde el Capitolio


     Se tenía a Roma por perdida, pues los que habían quedado en sus muros y los fugitivos del Alia no estaban en disposición de defenderla. Tres días después de la batalla se abrían sus puertas al enemigo. Antes, se había aprovechado este corto respiro para poner en seguro o retirar las cosas sagradas y, lo que importaba más, para alojar a una respetable guarnición en la ciudadela, que fue aprovisionada con los víveres necesarios. En ella no se permitió entrar más que a quienes podían portar las armas, pues no había con que alimentar a toda la población. La multitud fue a buscar refugio en las ciudades vecinas. Un gran número de personajes ancianos, notables por su posición, no quisieron sobrevivir a la ruina de la ciudad y esperaron en sus casas la muerte segura que traía el acero de los bárbaros. Estos llegaron degollando y saqueándolo todo, y después pusieron fuego a Roma por los cuatro costados, a la vista de la guarnición del Capitolio. Pero los bárbaros no sabían dirigir el sitio de una fortaleza, y les fue necesario bloquear la áspera roca de la fortaleza, luchando contra su propio aburrimiento y contra dificultades de todo género. Como no pudieron proporcionarse medios de subsistencia para su inmensa muchedumbre, apelaron al medio de enviar forrajeadores armados a todas partes, que tuvieron que habérselas con las ciudades latinas y con los soldados de Ardea, bravos y afortunados en estos combates diarios. Siete meses pasaron al pie de la roca del Capitolio, desplegando una energía sin ejemplo en semejante situación. Por entonces los víveres ya estaban escaseando entre los defensores de la ciudadela, y durante una noche oscura sin duda hubiera sido sorprendida y tomada a viva fuerza sin los graznidos de las aves del Capitolio y sin el valor de Marco Manlio, a quien aquellas habían despertado una vez, cuando de repente llegó la noticia a los bárbaros que los vénetos habían invadido su nuevo territorio traspadano. Ante esto consintieron en retirarse mediante la entrega de una respetable suma. La historia de la espada de Brenno, echada en uno de los platos en los cuales se pesaba el oro romano, expresaba bien a las claras el estado de cosas. El hierro de los bárbaros había vencido, pero vendieron su victoria y abandonaron su conquista. La derrota del ejército, la catástrofe del incendio, el 18 de julio y el riachuelo del Alia, el lugar en el que habían sido enterrados los vasos sagrados y aquel otro por donde fue rechazado el escalamiento nocturno de la ciudadela, todas estas circunstancias de la terrible invasión de la ciudad fueron conservadas en los recuerdos contemporáneos e hirieron también la imaginación de los pueblos en tiempos posteriores.  

La Roma Imperial con la colina del Capitolio en la parte inferior izquierda

martes, 17 de mayo de 2011

Dante



Dante Alghieri: LA DIVINA COMEDIA. Canto XXXI
     Esa lengua al principio mordedora, / que a mis mejillas de rubor teñía, / me dio la medicina salvadora: / así he oído que la lanza hería / de Aquiles y su padre, que igualmente / mala, al principio, y buena ofrenda hacía.

     Dimos la espalda a aquel valle doliente, / que cruzamos subiendo la escollera / que le rodea, silenciosamente.


     Menos que día y menos que noche era; / poco me adelantaba mi mirada / y un alto cuerno oí, que a un trueno hiciera / parecer, al sonar, cosa menguada; / su ruta en contra de él iba buscando, / en un punto mi vista concentrada.

     Tras la derrota dolorosa, cuando / Carlomagno perdió la santa gesta, no sonó tan terriblemente Orlando.

     Al poco de volver allá la testa, / creí estar viendo muchas altas torres / y "Maestro", exclamé, "qué tierra es ésta?"

     Y él a mi: "Natural -ya que recorres / con la vista lo que hállase alejado- / es que la imagen que percibes borres. / Ya verás, cuando llegues a su lado, / lo que te engaña y ahora ves borroso; / debes, por ello, andar mas apurado".

     Mi mano tomó luego cariñoso / y "Antes", dijo, "que mucho te adelantes, / no te sorprenda el hecho prodigioso, / porque torres no son, que son gigantes, /y del ombligo abajo están hundidos / del poco a los escollos circundantes".

     Como al ser los vapores esparcidos, / cuando hay niebla, se aclara la figura / que velaban estando reunidos, / de ese modo, horadando el aura oscura, / del borde, poco a poco, me vi carca / y huyó mi error y vino mi pavura, / pues cual Montereggion, con una cerca / se defiende, de torres coronada, / la imagen que al profundo pozo cerca / está por medios cuerpos torreada / de gigantes horribles; todavía / les conmina de Jove la tronada.

     La faz de uno de aquellos distinguía; / de espalda, pecho y vientre una gran parte, / y los brazos caídos le veía.

     Que natura olvidara pronto el arte  / de hacer tales vivientes fue obra buena, / pues tales auxiliares quitó a Marte. / Y si del elefante y la ballena / no se arrepiente, visto sutilmente, /su discreción excluye la condena, / que donde al argumento de la mente / se unen al mal querer y fuerza fiera / ningún reparo puede hacer la gente.

     Grande su faz como la piña era / de San Pedro de Roma, y adecuado / cada hueso a la enorme calavera; / y, aunque por el ribazo enmandilado / de enmedio a abajo, tanto se mostraba / por cima, que si hubiera alcanzado / tres frisios su melena, cosa brava / fuera, pues yo veía treinta palmos / de abajo a donde el hombre el manto traba.

     "Raphel maí amech zabí aalmos" / a gritar comenzó la fiera boca, / en la que no encajaban otros salmos.

     Y mi guía le dijo: "¡Anima loca, / coge el cuerno y tocando desfoga / la furia o la pasión que a ti te toca! / Búscate el cuello y hallarás la soga / con que está atado, oh ánima confusa, / y que a tu enorme pecho casi ahoga".

     Después me dijo: "A si mismo se acusa: / éste es Nemrod, por cuya idea insana / en el mundo un lenguaje no se usa. / Déjale, porque hablarle es cosa vana: / que, igual que nadie entiende su lenguaje, / no comprende ninguna lengua humana".

     A un tiro de ballesta -nuestro viaje / nos conducía hacia el cantil siniestro- / otro hallamos mayor y más salvaje. / No sé decir el nombre del maestro / que lo trabó tan bien, pero le ataba / - delante el otro, atrás el brazo diestro- / una fuerte cadena, que bajaba / del cuello, y lo que estaba descubierto / hasta con cinco vueltas rodeaba.

     "Este soberbio quiso en campo abierto / contra Jove luchar" dijo min guía, / y este premio ganó su desacierto. / Efialte es éste, que la prueba hacía / con los otros que al cielo han asustado: ya no mueve los brazos con que hería".

lunes, 16 de mayo de 2011

De la Anabasis

Jenofonte: LA ANABASIS. Cap. V

 1. Desde alli Ciro, a través de la Arabia, teniendo el río Éufrates a su derecha, en cinco etapas pòr el desierto avanzó treinta y cinco parasangas. En esta región la tierra es una llanura completamente llana como en mar y llena de ajenjo, y si allí se encuentra alguna otra vegetación de planta o de caña, toda ella es perfumada como aromática. No hay allí ningún árbol.
 2. Pero animales de todas clases, sobre todo asnos salvajes, muchas avestruces de gran tamaño; también hay alli avutardas y gacelas; y de vez en cuando los jinetes perseguían a estas bestias salvajes. Y los asnos, cuando alguien los perseguía, dcespués de haber corrido por delante se paraban, pues corrían más deprisa que los caballos; y de nuevo, cuando se acercaban los caballos, hacían lo mismo y no se les podía coger, si los jinetes, repartiéndose por diversos puntos, no los perseguían recibiéndolos unos de otros. La carne de los capturados era parecida a la de los ciervos, pero más tierna.
 3. Pero nadie cogió un avestruz: los jinetes que los persiguieron desistieron pronto, pues al huir se alejaba mucho, corría con sus patas, se levantaba con sus alas, haciendo uso de ellas como de una vela de navío. En cuanto a las avutardas, si alguno las levanta rápidamente, es posible cogerlas, pues vuelan espacios cortos como perdices y se cansan pronto. Su carne es muy agradable.

Ajenjo o Artemisia

Avutarda

Asnos salvajes
Rio Éufrates

INICIAL

Tras la máscara griega