miércoles, 22 de febrero de 2012

Daniel Defoe.- EL ESPECTRO Y EL SALTEADOR DE CAMINOS

Daniel Defoe

EL ESPECTRO Y EL SALTEADOR DE CAMINOS

 Retrato del autor

      Cuenta la historia que Hind, aquel famoso asaltante y proscripto, el más renombrado desde Robin Hood, encontró un espectro en el camino de un lugar llamado Stangate-hole, en Huntingdonshire, donde él acostumbraba a cometer sus robos y era famoso desde entonces por sus muchos asaltos.

El ssalteador de caminos

      El espectro se apareció con el traje de un simple ganadero de la zona. Y como el diablo, como podéis suponer, conocía muy bien los refugios y escondrijos que Hind frecuentaba, vino a la posada y, habiendo tomado cuarto, puso en lugar seguro su caballo y ordenó al posadero que le llevara su maleta, que era muy pesada, a su cámara. Cuando estuvo en ella, abrió el equipaje, tomó el dinero, que estaba distribuido en pequeños envoltorios y colocó todo en dos bolsas, que tendrían igual peso a cada lado del caballo, y las hizo tan evidentes como le fue posible.

Paisaje del Huntingdonshire

      Las casas que alojan bandidos están pocas veces libres de espías que les proporcionan debida relación de lo que pasa. Hind recibió noticias del dinero, vio al hombre, vio el caballo al que sabía que volvería a ver; averiguó qué camino seguiría; lo encontró en Stangatehole, justo en el valle entre las dos colinas y lo detuvo diciéndole que debía entregarle la bolsa.

      Cuando habló de la plata, el ganadero fingió sorprenderse, mostró pánico, tembló y atemorizado y con un tono miserable dijo: "¡Como puedes ver yo sólo soy un pobre hombre! Por cierto, señor, no tengo dinero." (Ahí mostró el diablo que podía decir la verdad cuando se presentaba la ocasión.)

Un buen camino para un buen salteador

      "¡Ah, perro!" -dijo él- "¿No tienes dinero? Vamos, aparta tu capa y dame las dos bolsas, esas que están a cada lado de la silla. ¡Qué! ¿No tienes dinero y sin embargo tus bolsas son demasiado pesadas para ponerlas de un solo lado? ¡Vamos, termina o te cortaré en pedazos en este mismo momento!"

      (Aquí se puso fuera de sí, y lo amenazó de la peor manera que pudo.)

      Bien, el pobre diablo lloraba y le decía que debía estar equivocado; que lo había tomado por otro hombre, seguro, porque realmente él no tenía dinero.

      "¡Vamos, vamos!" -dijo Hind- "¡Ven conmigo!" Entonces tomó el caballo por la rienda y lo sacó fuera del sendero, hacia el bosque, que es muy oscuro en aquel lugar, porque el negocio era demasiado largo para quedarse en el camino durante todo el tiempo que durara.

      Cuando estuvo en el bosque, "¡Vamos, señor ganadero" -ordenó-, "desmonta y dame las bolsas al instante!". En suma, hizo bajar al pobre hombre, le cortó las riendas y la cincha y abrió la alforja donde encontró las dos bolsas.

      "Muy bien" -dijo- "aquí están y tan pesadas como antes". Las arrojó al suelo, las cortó para abrirlas; en una encontró una cuerda y en la otra una pieza de latón maciza con la forma exacta de una horca. Y el ganadero, detrás de él exclamó: "He aquí tu destino, Hind. ¡Ten cuidado!"

      Si él se sorprendió por lo que encontró en las bolsas -pues no había ni un cuarto de penique en la alforja donde estaba la cuerda -más se sorprendió cuando oyó al ganadero llamarlo por su nombre, y se volvió para matarlo porque creyó que lo había reconocido. Pero se quedó sin aliento y sin vida cuando, volviéndose (como ya dije) para matar al hombre, no vio nada sino el pobre caballo.

      Yo insinúo que no había allí más dinero que una moneda que la historia dice era escocesa: una pieza llamada allí de catorce peniques y en Inglaterra de trece y medio. De donde se supone que, desde entonces y hasta nuestros días, se dice que trece peniques y medio es el salario del verdugo.

Una edición de los cuentos de terror

viernes, 17 de febrero de 2012

Calderón de la Barca:- LA DAMA DUENDE

Antologías

Calderón de la Barca.
La dama duende
Jornada I

El autor
PERSONAS QUE HABLAN EN ELLA

DON MANUEL.
COSME, gracioso.
DOÑA ÁNGELA.
ISABEL, criada.
RODRIGO, criado.
DON LUIS.
DON JUAN.
DOÑA BEATRIZ.
CLARA, criada.
Criados.

Salen DON MANUEL y COSME de camino.

DON MAMEL   Por un hora no llegamos a tiempo de ver las fiestas con que Madrid generosa hoy
  el bautismo celebra del primero Baltasar.  

COSME          Como esas cosas se aciertan o se yerran por un hora, por un hora que füera antes
   Píramo a la fuente, no hallara a su Tisbe muerta. Y las moras no mancharan,
  porque dicen los poetas que con arrope de moras se escribió aquella tragedia. Por
   un hora que tardara Tarquino, hallara a Lucrecia recogida, con lo cual sin
  ser vicarios, llevando a salas de competencias la causa sobre saber si hizo
  fuerza o no hizo fuerza. Por un hora que pensara si era bien hecho o no era,
  echarse Hero de la torre, no se echara, es cosa cierta, con que se hubiera
  excusado el doctor Mira de Mescua tan bien escrita Comedia, y haberla
  representado Amarilis tan de veras, que volatín del carnal (si otros son de la
  Cuaresma) sacó más de alguna vez las manos en la cabeza. Y puesto que hemos
   perdido por un hora tan gran fiesta, no por un hora perdamos la posada; que si
  llega tarde Abindarráez, es ley que haya de quedarse fuera; y estoy rabiando por
  ver este amigo que te espera, como si fueras galán al uso, con cama y mesa, sin
  saber cómo o por dónde tan grande dicha nos venga; pues sin ser los dos torneos,
  hoy a los dos nos sustenta.

Una edición de la comedia

DON MANUEL     Don Juan de Toledo es, Cosme, el hombre que más profesa mi amistad, siendo los  dos envidia, ya que  no afrenta, de cuantos la Antigüedad por tantos siglos
  celebra. Los dos estudiamos juntos, y pasando de las letras a las armas, los dos
  fuimos camaradas en la guerra; en las de Piamonte, cuando el señor duque de
  Feria con la jineta me honró, le di, Cosme, mi bandera; fue mi alférez, y después,
  sacando de una refriega una penetrante herida, le curé en mi cama mesma; la vida,
   después de Dios, me debe; dejo las deudas de menores intereses, que entre nobles
  es bajeza referirlas, pues por eso pintó la docta Academia al galardón una dama
  rica y las espaldas vueltas, dando a entender, que en haciendo el beneficio, es
  discreta acción olvidarse dél; que no le hace el que le acuerda. En fin, don
  Juan, obligado de amistades y finezas, viendo que su Majestad con este gobierno
   premia mis servicios, y que vengo de paso a la Corte, intenta hoy hospedarme en
   su casa, por pagarme con las mesmas; y aunque a Burgos me escribió de casa y
   calle las señas, no quise andar preguntando a caballo dónde era, y así dejé en la
  posada las mulas y las maletas. Yendo hacia donde me dice, vi las galas y libreas,
  y informado de la causa, quise, aunque de paso, verlas: llegamos tarde en efeto,
   porque...

(Salen DOÑA ÁNGELA y ISABEL en corto tapadas.)

DOÑA ÁNGELA     Si como lo muestra el traje, sois caballero de obligaciones y prendas, amparad a
  una mujer que a valerse de vós llega; honor y vida me importa, que aquel hidalgo
  no sepa quién soy, y que no me siga. Estorbad por vida vuestra a una mujer
  principal una desdicha, una afrenta, que podrá ser que algún día... ¡Adiós,
  adiós, que voy muerta! 
               
                              (Vase.)
Estampa del Madrid de entonces

COSME            ¿Es dama o es torbellino? 
 
DON MANUEL      ¡Hay tal suceso!

COSME           ¿Qué piensas hacer? 

DON MANUEL      ¿Eso preguntas? ¿Cómo puede mi nobleza excusarse de excusar una desdicha,     una  afrenta? Que según muestra, sin duda es su marido. 
                
COSME           Y ¿qué intentas?
 
DON MANUEL      Detenerle con alguna industria, mas si con ella no puedo, será forzoso el valerme
  de la fuerza, sin que él entienda la causa.
                  
COSME           Si industria buscas, espera, que a mí se me ofrece una: esta carta, que
  encomienda es de un amigo, me valga. 
                                                
(Sale DON LUIS y RODRIGO, su criado.)

El Corral de Almagro
DON LUIS        Yo tengo de conocerla, no más de por el cuidado con que de mí se recela.
RODRIGO         Síguela y sabrás quién es. 

(Llega COSME, y retírase DON MANUEL.)

COSME           Señor, aunque con vergüenza llego, vuesarced me haga tan gran merced, que me
  lea a quién esta carta dice.  
                
DON LUIS        No voy agora con flema. 

COSME           (Detiénele.) Pues si flema solo os falta, yo tengo cantidad della, y podré partir
   con vós.
                
DON LUIS        Apartad.

DON MANUEL      ¡Oh qué derecha es la calle!; aún no se pierden de vista.
                  
COSME           Por vida vuestra.  

Calles y callejas antiguas
DON LUIS        Vive Dios que sois pesado, y os romperé la cabeza si mucho me hacéis.
                 
COSME           Por eso os haré poco.
                 
DON LUIS        Paciencia me falta para sufriros: apartad de aquí.
                  
                      (Rempújale.)

DON MANUEL      Ya es fuerza llegar: acabe el valor lo que empezó la cautela. 
                                   
                     (Llega.)

                Caballero, este crïado es mío, y no sé qué pueda haberos hoy ofendido, para que
  de esa manera le atropelléis.
                
DON LUIS        No respondo a la duda o a la queja, porque nunca satisfice a nadie. Adiós.  
       

lunes, 13 de febrero de 2012

Edmundo de Amicis.- COSTANTINOPOLI



COSTANTINOPOLI
DI
EDMONDO DE AMICIS


El autor

AI MIEI CARI AMICI DI PERA



Amigos, es este mi último libro de viaje; desde adelante no escucharé mas que las inspiraciones del corazón.

      Luis de Guevara, Viaje en Egypto



L’ARRIVO

L’emozione che provai entrando in Costantinopoli mi fece quasi dimenticare tutto quello che vidi in dieci giorni di navigazione dallo stretto di Messina all’imboccatura del Bosforo. Il mar Jonio azzurro e immobile come un lago, i monti lontani della Morea tinti di rosa dai primi raggi del sole, l’Arcipelago dorato dal tramonto, le rovine d’Atene, il golfo di Salonico, Lemno, Tenedo, i Dardanelli, e molti personaggi e casi che mi divertirono durante il viaggio, si sbiadirono per modo nella mente, dopo visto il Corno d’oro, che se ora li volessi descrivere, dovrei lavorare più d’immaginazione che di memoria. Perchè la prima pagina del mio libro m’esca viva e calda dall’anima, debbo cominciare dall’ultima notte del viaggio, in mezzo al mare di Marmara, nel punto che il capitano del bastimento s’avvicinò a me e al mio amico Yunk, e mettendoci le mani sulle spalle, disse col suo schietto accento palermitano: – Signori! Domattina all’alba vedremo i primi minareti di Stambul.
Constantinopla a vista de águila


Ah! ella sorride, mio buon lettore, pieno di quattrini e di noia; ella che, anni sono, quando le saltò il ticchio d’andare a Costantinopoli, in ventiquattr’ore rifornì la borsa e fece le valigie, e partì tranquillamente come per una gita in campagna, incerto fino all’ultimo momento se non fosse meglio prendere invece la via di Baden-Baden! Se il capitano del bastimento ha detto anche a lei: – Domani mattina vedremo Stambul – lei avrà risposto flemmaticamente: – Ne ho piacere. – Ma bisogna aver covato quel desiderio per dieci anni, aver passato molte sere d’inverno guardando melanconicamente la carta d’Oriente, essersi rinfocolata l’immaginazione colla lettura di cento volumi, aver girato mezza l’Europa soltanto per consolarsi di non poter vedere quell’altra mezza, essere stati inchiodati un anno a tavolino con quell’unico scopo, aver fatto mille piccoli sacrifizi, e conti su conti, e castelli su castelli, e battagliole in casa; bisogna infine aver passato nove notti insonni sul mare, con quell’immagine immensa e luminosa davanti agli occhi, felici tanto da provar quasi un sentimento di rimorso pensando alle persone care che si sono lasciate a casa; e allora si capisce che cosa voglion dire quelle parole: – Domani all’alba vedremo i primi minareti di Stambul; – e invece di rispondere flemmaticamente: – ne ho piacere – si picchia un pugno formidabile sul parapetto del bastimento.

 Llegando a Constantinopla

Un gran piacere per me e per il mio amico era la profonda certezza che la nostra immensa aspettazione non sarebbe stata delusa. Su Costantinopoli infatti non ci son dubbi; anche il viaggiatore più diffidente ci va sicuro del fatto suo; nessuno ci ha mai provato un disinganno. E non c’entra il fascino delle grandi memorie e la consuetudine dell’ammirazione. È una bellezza universale e sovrana, dinanzi alla quale il poeta e l’archeologo, l’ambasciatore e il negoziante, la principessa e il marinaio, il figlio del settentrione e il figlio del mezzogiorno, tutti hanno messo un grido di maraviglia. È il più bel luogo della terra a giudizio di tutta la terra. Gli scrittori di viaggi, arrivati là, perdono il capo. Il Perthusier balbetta, il Tournefort dice che la lingua umana è impotente, il Pouqueville crede d’esser rapito in un altro mondo, il La Croix è innebriato, il visconte di Marcellus rimane estatico, il Lamartine ringrazia Iddio, il Gautier dubita della realtà di quello che vede; e tutti accumulano immagini sopra immagini, fanno scintillare lo stile e si tormentano invano per trovare un’espressione che non riesca miseramente al disotto del proprio pensiero. Il solo Chateaubriand descrive la sua entrata in Costantinopoli con un’apparenza di tranquillità d’animo che reca stupore; ma non tralascia di dire che è il più bello spettacolo dell’universo; e se la celebre Lady Montague, pronunziando la stessa sentenza, ci premette un forse, è da credersi che l’abbia fatto per lasciare tacitamente il primo posto alla propria bellezza, della quale si dava molto pensiero. C’è persino un freddo tedesco il quale dice che le più belle illusioni della gioventù e i sogni stessi del primo amore sono pallide immagini in confronto del senso di dolcezza che invade l’anima alla vista di quei luoghi fatati; e un dotto francese afferma che la prima impressione che fa Costantinopoli è lo spavento.

El Cuerno de Oro y Constantinopla  desde la Torre de Gálata


Immagini chi legge il ribollimento che dovevano produrre tutte queste parole di foco, cento volte ripetute, nel cervello d’un bravo pittore di ventiquattr’anni, e in quello d’un cattivo poeta di vent’otto! Ma nemmeno queste lodi illustri di Costantinopoli ci bastavano, e cercavamo le testimonianze dei marinai. E anch’essi, povera gente rozza, per dare un’idea di quella bellezza, sentivano il bisogno d’esprimersi con qualche similitudine o parola straordinaria, e la cercavano volgendo gli occhi qua e là e stropicciando le dita, e facevano dei tentativi di descrizione con quel suono di voce che par che venga di lontano e quei gesti larghi e lenti con cui la gente del popolo esprime la meraviglia quando non le bastano le parole. – Entrare con una bella mattinata in Costantinopoli –, ci disse il capo dei timonieri –, credete a me, signori: è un bel momento nella vita d’un uomo.


El Cuerno de Oro y la Torre de Gálata desde Constantinopla
en una imagen de la época

jueves, 9 de febrero de 2012

Schopenhauer.- EL ARTE DE TENER RAZÓN

ANTOLOGIAS

Arthur Schopenhauer

DIALÉCTICA ERÍSTICA O EL ARTE DE TENER RAZÓN

Expuesta en 38 estratagemas

     

BASE DE TODA DIALÉCTICA



En primer lugar hay que considerar lo esencial de toda discusión, qué es lo que en ella sucede.

      El adversario ha propuesto una tesis (o nosotros mismos, da igual). Para refutarla existen dos modos y dos vías.



1) Los modos: a) ad rem (con referencia a la cosa], b) ad hominem [en referencia a la persona con la que se discute), o ex concessis [en referencia al marco de concesiones hechas por el adversario); esto es, mostramos que la tesis expuesta no está de acuerdo con la naturaleza del objeto, con la verdad objetiva, o con otras manifestaciones o concesiones admitidas por el oponente, es decir, con la verdad subjetiva; esta última es sólo una traslación relativa y no afecta a la verdad objetiva.



2) Las vías: a) refutación directa, b) indirecta. La directa ataca la tesis en sus fundamentos, la indirecta en sus consecuencias. La directa muestra que la tesis no es verdadera, la indirecta que no puede ser verdad.

Hegel, el rival académico de Schopenhauer 

a) En cuanto a las refutaciones directas, podemos hacer dos cosas: o mostramos que los fundamentos del enunciado son falsos (nego majorem; minorem (negamos tanto la premisa mayor como la menor]); o los admitimos pero mostramos que no se sigue de ellos la consecuencia (nego consequentiam (niego la consecuencial), y atacamos así la consecuencia, la forma de la conclusión.



b) En las refutaciones indirectas utilizamos o la apagoge, o la instancia.

A) Apagoge: aceptamos la tesis del adversario como si fuese verdadera; después mostramos lo que de ella se sigue si la utilizamos como premisa de un silogismo en unión de otra tesis cualquiera reconocida como verdadera; a continuación, deducimos de dicho silogismo una conclusión claramente falsa, pues o contradice la naturaleza del objeto, o contradice las demás afirmaciones del adversario; es decir, que tanto ad rem como ad hominen es falsa (Sócrates en Hipias mayor y alias). Por consiguiente, el enunciado del adversario sería también falso, pues de premisas verdaderas sólo pueden deducirse conclusiones verdaderas, aunque de las falsas no siempre falsas.

 Das Frauentor en Danzig, la patria chica del filósofo

B) La instancia, exemplum in contrarium [contraejemplo]: refutación de la tesis general por medio de la aportación directa de casos particulares que aunque están comprendidos bajo el enunciado de la tesis, no la confirman, por lo que deducimos que tiene que ser falsa.

La Plaza de la Justicia en Frankfurt,
donde el filósofo vivió muchos años 

Éste es el andamiaje, el esqueleto de toda discusión; aquí tenemos su osteología. A ella hay que reducir el fundamento de cualquier disputa. Pero todo esto puede suceder real o solo aparentemente, con razones buenas o malas; y como no podemos saberlo con facilidad, por eso suelen ser los debates tan largos y empeñosos. Tampoco podemos separar lo verdadero de lo falso durante su transcurso, porque, precisamente, ni siquiera los contrincantes lo saben con anterioridad. Por consiguiente, pasaré a la exposición de las estratagemas sin tener en cuenta si se tiene o no razón objetiva; pues tal cosa no puede saberse con seguridad y, además, eso es lo que debe decidirse por medio de la disputa propiamente dicha. Por cierto, en toda discusión o argumentación en general hay que estar de acuerdo sobre algo desde lo cual, a modo de principio, podamos juzgar el asunto en cuestión: Contra negantem principia non est disputandum [Con quien niega los principios no puede discutirse).


sábado, 4 de febrero de 2012

Machado de Assis.- EL ALIENISTA


Machado de Assis.- EL ALIENISTA

El libro y el autor

Las crónicas de la villa de Itaguaí dicen que en tiempos remotos había vivido allí un cierto médico, el doctor Simón Bacamarte, hijo de la nobleza de la tierra y el más grande de los médicos del Brasil, de Portugal y de las Españas. Había estudiado en Coimbra y Padua. A los treinta y cuatro años regresó al Brasil, no pudiendo lograr el rey que permaneciera en Coimbra al frente de la universidad, o en Lisboa, encargándose de los asuntos de la monarquía que eran de su competencia profesional.

-La ciencia -dijo él a su majestad- es mi compromiso exclusivo; Itaguaí es mi universo.

Dicho esto, retornó a Itaguaí, y se entregó en cuerpo y alma al estudio de la ciencia, alternando las curas con las lecturas, y demostrando los teoremas con cataplasmas.

Alrededores de Itaguaí

A los cuarenta años se casó con doña Evarista da Costa e Mascarenhas, señora de veinticinco años, viuda de un juez-de-fora, ni bonita ni simpática. Uno de sus tíos, cazador de pacas ante el Eterno, y no menos franco que buen trampero, se sorprendió ante semejante elección y se lo dijo. Simón Bacamarte le explicó que doña Evarista reunía condiciones fisiológicas y anatómicas de primer orden, digería con facilidad, dormía regularmente, tenía buen pulso y excelente vista; estaba, en consecuencia, apta para darle hijos robustos, sanos e inteligentes. Si además de estos atributos -únicos dignos de preocupación por parte de un sabio- doña Evarista era mal compuesta de facciones, eso era algo que, lejos de lastimarlo, él agradecía a Dios, porque no corría el riesgo de posponer los intereses de la ciencia en favor de la contemplación exclusiva, menuda y vulgar, de la consorte.

Doña Evarista desmintió las esperanzas del doctor Bacamarte: no le dio hijos, ni robustos, ni frágiles. La índole natural de la ciencia es la longanimidad; nuestro médico esperó tres años, luego cuatro, después cinco. Al cabo de este tiempo, hizo un estudio profundo de la materia, releyó todos los escritos árabes y otros que tenía en su poder y que había traído a Itaguaí, realizó consultas con las universidades italianas y alemanas, y terminó por sugerir a su mujer un régimen alimenticio especial. La ilustre dama, nutrida exclusivamente con la tierna carne de cerdo de Itaguaí, no atendió las amonestaciones del esposo; y a su resistencia -explicable pero incalificable- debemos la total extinción de la dinastía de los Bacamartes.

Pero la ciencia tiene el inefable don de curar todas las penas; nuestro médico se sumergió enteramente en el estudio y en la práctica de la medicina. Fue entonces cuando uno de los rincones de ésta le llamó especialmente la atención: el área de lo psíquico, el examen de la patología cerebral. No había en la colonia, y ni siquiera en el reino, una sola autoridad en semejante materia, mal explorada o casi inexplorada. Simón Bacamarte comprendió que la ciencia lusitana y, particularmente, la brasileña, podía cubrirse de "laureles inmarcesibles"... expresión usada por él mismo, en un impulso favorecido por la intimidad doméstica; exteriormente era modesto, como conviene a los ilustrados.

-La salud del alma -proclamó él- es la ocupación más digna del médico.

-Del verdadero médico -agregó Crispín Soares, boticario de la villa, y uno de sus amigos y comensales.

Una vieja estampa del lugar

Entre otros pecados de los que fue acusado el Ayuntamiento de Itaguaí por los cronistas, figura el de ser indiferente a los dementes. Así es que cuando aparecía algún loco furioso lo encerraba en una habitación de su casa y, ni atendido ni desatendido, allí lo dejaban hasta que la muerte lo venía a defraudar del beneficio de la vida; los mansos en cambio andaban sueltos por la calle. Simón Bacamarte se propuso desde un comienzo reformar tan mala costumbre; pidió autorización al Ayuntamiento para dar abrigo y brindar cuidados, en el edificio que iba a construir, a todos los dementes de Itaguaí y de las demás villas y ciudades, mediante una paga que el Ayuntamiento le daría cuando la familia del enfermo no lo pudiese hacer. La propuesta excitó la curiosidad de toda la villa, y encontró gran resistencia, tan cierto es que difícilmente se desarraigan los hábitos absurdos o aun malos. La idea de meter a todos los locos en la misma casa, viviendo en común, pareció en sí misma un síntoma de demencia, y no faltó quien se lo insinuara a la propia mujer del médico.

 -Mire, doña Evarista -le dijo el padre Lopes, vicario del lugar-, yo creo que a su marido le convendría hacerse un paseo hasta Río de Janeiro. Eso de estar estudiando un día tras otro sin pausa, no es nada bueno; terminará por enloquecerlo.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Nietzsche.- SÓCRATES Y LA TRAGEDIA

SOCRATES Y LA TRAGEDIA
F. Nietzsche

Nietzsche en Munch

La tragedia griega pereció de manera distinta que todos los otros géneros artísticos antiguos, hermanos de ella: acabó de manera trágica, mientras que todos ellos fallecieron con una muerte muy bella. Pues si está de acuerdo, en efecto, con un estado natural ideal el dejar la vida sin espasmos, y teniendo una bella descendencia, el final de aquellos géneros artísticos antiguos nos muestra un mundo ideal de ese tipo; desaparecen y se van hundiendo, mientras ya elevan enérgicamente la cabeza sus retoños, más bellos.
Una edición del libro
Con la muerte del drama musical griego surgió, en cambio, un vacío enorme, que por todas partes fue sentido profundamente; las gentes se decían que la poesía misma se había perdido, y por burla enviaban al Hades a los atrofiados, enflaquecidos epígonos, para que allí se alimentasen de las migajas de los maestros. Como dice Aristófanes, la gente sentía una nostalgia tan íntima, tan ardiente, del último de los grandes muertos, como cuando a alguien le entra un súbito y poderoso apetito de comer coles. Mas cuando luego floreció realmente un género artístico nuevo, que veneraba a la tragedia como predecesora y maestra suya, pudo, percibirse con horror que ciertamente tenía los rasgos de su madre, pero aquellos que ésta había mostrado en su prolongada agonía.
Máscaras
Esa agonía de la tragedia se llama Eurípides, el género artístico posterior es conocido con: e1 nombre de comedia ática nueva. En ella pervivió la: figura degenerada de la tragedia, como memorial de su muy arduo y difícil fenecer. Es conocida la extraordinaria veneración de que Eurípides disfrutó entre los poetas de la comedia ática nueva. Uno de los más notables, Filemón, declaró que se dejaría ahorcar al instante: si estuviera convencido de que el difunto continuaba teniendo vida y entendimiento. Pero lo que Eurípides posee en común con Menandro y Filemón, y lo que ejerció sobre éstos un efecto tan ejemplar, podemos resumirlo brevísimamente en la fórmula de que ellos llevaron el espectador al escenario. Antes de Eurípides, habían sido seres humanos estilizados en héroes, a los cuales se les notaba en seguida que procedían de los dioses y semidioses de la tragedia más antigua. El espectador veía en ellos un pasado ideal de Grecia y, por tanto, la realidad de todo aquello que, en instantes sublimes, vivía también en su alma.
Eurípides
Con Eurípides irrumpió en el escenario el espectador, el ser humano en la rea1idad de la vida cotidiana. El espejo que antes había reproducido sólo los rasgos grandes y audaces se volvió más fiel y, con ello, más vulgar. El vestido de gala se hizo más transparente en cierto modo, la máscara se transformó en semimáscara: las formas de la vida cotidiana pasaron claramente a primer plano. Aquella imagen auténticamente típica del heleno, la figura de Ulises, había sido elevada por Ésquilo hasta el carácter grandioso, astuto y noble a la vez, de un Prometeo: entre las manos de los nuevos poetas esa figura quedó rebajada al papel de esclavo doméstico, bonachón y pícaro a la vez, que con gran frecuencia se encuentra, como temerario intrigante, en el centro de1 drama entero.
En escena
Lo que, en Las ranas de Aristófanes, Eurípides cuenta entre sus méritos, el haber hecho adelgazar al arte trágico mediante una cura de agua y el haber reducido su peso, eso es algo que se aplica sobre todo a las figuras de los héroes: en lo esencial, lo que el espectador veía y oía en el escenario euripideo era su propio doble, envuelto, eso sí, en el ropaje de gala de la retórica. La idealidad se ha replegado a la palabra y ha huido del pensamiento. Pero justo aquí tocamos el aspecto brillante, y que salta a los ojos, de la innovación euripidea: en él el pueblo ha aprendido a hablar: esto lo ensalza él mismo, en el certamen con Ésquilo: mediante él ahora el pueblo sabe
"el arte de servirse de reglas, de escuadras para medir los versos, de observar, de pensar, de ver, de entender, de engañar, e amar, de caminar, de revelar, de mentir, de sopesar"
Sócrates