El profesor Pirenne
Henri Pirenne: LAS CIUDADES DE LA EDAD MEDIA
1. El comercio del Mediterráneo hasta finales del siglo VIII
Si se echa una mirada al conjunto del Imperio romano, lo primero que sorprende es su carácter mediterráneo. Su extensión no sobrepasa apenas la cuenca del gran lago interior al que encierra por todas partes. Sus lejanas fronteras del Rhin, del Danubio, del Éufrates y del Sahara forman un enorme círculo de defensas destinado a proteger sus accesos. Incuestionablemente el mar es, a la vez, la garantía de su unidad política y de su unidad económica. Su existencia depende del dominio que se ejerza sobre él. Sin esta gran vía de comunicación no serían posibles ni el gobierno ni la alimentación del “orbis romanus”. Es interesante constatar de qué manera al envejecer el Imperio se acentúa más su carácter marítimo. Su capital en tierra firme, Roma, es abandonada en el siglo IV por otra capital que es al mismo tiempo un puerto admirable: Constantinopla.
Solidus de oro
Ciertamente, al finalizar el siglo III se revela la civilización en una notable decadencia. La población disminuye, la energía se debilita, los gastos crecientes del gobierno que se afana en la lucha por la supervivencia entrañan una explotación fiscal que esclaviza cada vez más los hombres al Estado. Sin embargo, esta decadencia no parece haber afectado sensiblemente a la navegación en el Mediterráneo. La actividad que aún presenta contrasta con la atonía que paulatinamente se apodera de las provincias continentales. Continúa manteniendo en contacto a Oriente y a Occidente. No se ve de ningún modo desaparecer el intercambio de productos manufacturados o se productos naturales de climas marítimos tan diversos: tejidos de Constantinopla, de Edesa, de Antioquía, de Alejandría; vinos, aceites y especias de Siria, papiros de Egipto, trigo de Egipto, de África, de España, vinos de la Galia y de Italia. La reforma monetaria de Constantino, basada en el “solidus” de oro también debió de favorecer singularmente el movimiento comercial al proporcionarle el beneficio de un excelente numerario, universalmente utilizado como instrumento de las transacciones y expresión de los precios.
Un domon bizantino