jueves, 29 de diciembre de 2011

Jack London.- KOOLAU

ANTOLOGIAS



JACK LONDON: KOOLAU

 El autor

     ––Nos privan de la libertad porque estamos enfermos. Hemos acatado la ley. No hemos hecho nada malo. Y, sin embargo, nos encierran en una prisión. Molokai es una cár­cel. Vosotros lo sabéis. Ahí tenéis a Niuli. Mandaron a su hermana a Molokai hace siete años. Desde entonces no ha vuelto a verla ni volverá a verla jamás. Seguirá allí hasta que muera. No por voluntad propia, ni por voluntad de Niuli, sino por voluntad de los blancos que gobiernan el país. Y ¿quiénes son esos blancos?
Acantilados de la isla de Molokai

     »Sí, lo sabemos. Nos lo han dicho nuestros padres y los padres de nuestros padres. Llegaron como corderos y con buenas palabras. No tenían más remedio que decir buenas palabras porque éramos muchos y fuertes y las islas eran nuestras. Como os digo, vinieron con buenas palabras. Los había de dos clases. Unos pidieron permiso, nuestro gracio­so permiso, para predicar la palabra de Dios. Los otros soli­citaron permiso, nuestro gracioso permiso, para comerciar. Aquello fue el comienzo. Hoy todas las islas son suyas. Las tierras, los rebaños, todo les pertenece. Los que predicaban la palabra de Dios y los que predicaban la palabra del ron se han unido y se han convertido en jefes. Viven como reyes en casas de muchas habitaciones con multitud de criados que les sirven. Los que no tenían nada, ahora son dueños de todo, y si vosotros, o yo, o cualquier canaca tiene hambre, fruncen el ceño y le dicen: ¿Por qué no trabajas? Ahí tienes las plantaciones.

     Koolau hizo una pausa. Levantó la mano y con dedos sar­mentosos y contrahechos alzó la guirnalda llameante de hi­biscos que coronaba sus negros cabellos. La luz de la luna bañaba de plata la escena. Era una noche pacífica, aunque los que estaban sentados a su alrededor pare­cían supervi­vientes de una encarnizada batalla. Sus rostros eran leoni­nos. Aquí se abría un vacío donde antes hubiera una nariz, y allá sur­gía un muñón en el lugar de una mano. Eran hom­bres y mujeres, treinta en total, desterrados porque en ellos llevaban la marca de la bestia.
Una edición del libro

     Estaban sentados, adornados con guirnaldas de flores, en medio de la noche perfumada y luminosa. Sus labios articu­laban ásperos sonidos y sus gargantas aprobaban con gru­ñidos toscos las palabras de Koolau. Eran criaturas que una vez fueran hombres y mujeres, pero que habían dejado de serlo. Eran monstruos, caricaturas grotescas en el rostro y en el cuerpo de todo lo que caracteriza al ser humano. Ho­rriblemente mutilados y deformes, semejaban seres tortu­rados en el infierno a lo largo de milenios. Sus manos, si las tenían, eran como garras de arpías. Sus rostros eran ano­malías, errores, formas machacadas y aplastadas por un dios furioso encargado de la maquinaria de la vida. Aquí y allá se adivinaban rasgos que aquel dios colérico casi había borrado. Una mujer lloraba lágrimas abrasadoras que bro­taban de dos horribles pozos gemelos abiertos en el lugar que un día ocuparon los ojos. Unos cuantos de entre ellos padecían horribles dolores, y de sus pechos surgían gemi­dos roncos. Otros tosían con un crujido suave que recorda­ba el rasgar de un papel de seda. Dos de ellos eran idiotas, enormes simios desfigurados desde su factura de tal modo que un mono a su lado habría parecido un ángel. Hacían muecas y farfullaban a la luz de la luna, bajo coronas de flo­res doradas que comenzaban a perder su lozanía. Uno de aquellos seres, cuyo lóbulo hinchado ondeaba como un abanico sobre su hombro, arrancó una espléndida flor na­ranja y escarlata y decoró con ella la enorme oreja que ale­teaba con cada movimiento de su cuerpo.
Una antigua leprosería en España

     Sobre estas criaturas reinaba Koolau y aquéllos eran sus dominios, una garganta ahogada por las flores, una garganta sembrada de riscos y peñascos, de la que surgían, para que­dar después flotando en el espacio, los balidos de las cabras salvajes. La cerraban por tres lados murallas de roca festo­neadas con fantásticos cortinajes de vegetación tropical y horadadas por entradas a cuevas, guaridas de los súbditos de Koolau. En dirección al mar el suelo se despeñaba hacia un tremendo abismo del que sobresalían, allá abajo, crestas de picos y peñascos en torno a cuyas bases espumeaba y ru­gía el oleaje del Pacífico.


























domingo, 25 de diciembre de 2011

A. Dumas.- AMAURY

ANTOLOGÍAS



AMAURY, de Alejandro Dumas, padre.              

      Existe en Francia una cosa tan peculiar, tan genuina del carácter nacional, que con dificultad se encuentra en otro país cualquiera: la conversación, en cuya especialidad no hay nadie que pueda competir con los franceses.
      En el resto del globo se discute, se argumenta, se perora; sólo en Francia se conversa por costumbre.
      No pocas veces, estando yo en Italia, en Alemania o en Inglaterra, me ha ocurrido anunciar de pronto que al día siguiente me volvía a París. Si alguno, admirado de tan súbita resolución, me preguntaba:
      --¿A qué vas a París?
      Yo le respondía sencillamente:
      --A conversar.
      Y no era flojo su asombro al saber que yo, ahito de conversación, pensaba en hacer un viaje de centenares de leguas sólo por darme el gusto de conversar. Nadie podía explicarse un capricho semejante; sólo me comprendían los franceses. Estos solían exclamar:
      --¡Qué dicha! ¡qué placer!     
      Y sucedía a veces que alguno de ellos se venía conmigo.


      A decir verdad no hay nada más grato que esas minúsculas tertulias que en un salón elegante improvisan unas cuantas personas charlando a su sabor, dando vueltas a una idea mientras dura el hechizo que produjo, para abandonarla después de sacar de ella todo el partido posible, cediendo al atractivo de otra nueva que a su vez surge en medio de las bromas de unos, de los discreteos de otros y de las agudezas de todos, lo cual no obsta para que súbitamente, al llegar al punto culminante de su desenvolvimiento, se desvanezca como pompa de jabón tocada por la dueña de la casa, que mientras sirve el te lleva de grupo en grupo el hilo de la charla general, recopilando opiniones, pidiendo pareceres,
planteando problemas y obligando casi siempre a cada corrillo a verter su correspondiente frase en ese tonel de las Danaides que se llama «la conversación».
      Por el estilo del salón que describo hay en París cinco o seis en los cuales no se baila, ni se canta, ni se juega, y sin embargo no se sale de ellos nunca antes del amanecer.

      Cuéntase entre estos salones el de un buen amigo mío, el conde M... Digo amigo mío y en realidad no haría mal en decir amigo de mi padre, pues es el caso que el conde de M... quien por nada de este mundo es capaz de confesar motu proprio su edad (ni, por otra parte, tampoco hay quien le pregunte sobre ella), no dejará de tener sus sesenta y tantos años bien cabales, aunque no represente más allá de los cincuenta, gracias al extremado esmero con que cuida su persona. Es uno de los últimos y más genuinos representantes del tan calumniado siglo XVIII, lo cual debe sin duda explicar la escasez de sus creencias, circunstancias que (dicho sea en su honor), no le ha hecho caer, como a la mayoría de los incrédulos, en el afán de empeñarse en que los demás dejen de creer también.

      Puede decirse que hay en él dos principios, uno hijo del corazón y otro del entendimiento, que mutuamente se repelen. Es egoísta por sistema y generoso por naturaleza. Nacido en tiempo de nobles y filósofos, el instinto aristocrático viene a equilibrar en su espíritu la independencia del pensador. Conoció a los hombres más conspicuos del pasado siglo. Fue bautizado por Rousseau con el título de ciudadano; Voltaire le auguró que sería poeta; Franklin le recomendó simplemente que fuese un hombre honrado y bueno.      




viernes, 16 de diciembre de 2011

Gérard de Nerval.- LA MANO ENCANTADA

ANTOLOGÍAS


Gérard de Nerval

      I. La Plaza Dauphine

      Nada es tan hermoso como las casas del siglo XVII que la plaza Royale ofrece en tan majestuoso conjunto. Cuando sus fachadas de ladrillos intercalados y enmarcados por molduras y cantos de piedra y cuando sus altas ventanas se encienden con los espléndidos rayos de sol del atardecer uno siente al contemplarlas la misma veneración que ante un tribunal de magistrados vestidos con ropas rojas forradas de armiño y, si no fuese una pueril comparación, que podría decir que la larga mesa verde alrededor de la cual se sientan estos temibles magistrados formando un cuadrado se parece un poco a la diadema de tilos que bordea las cuatro caras de la plaza Royale completando su grave armonía.

Place Royale

      Hay otra plaza en la ciudad de Paris que no es menos agradable por su regularidad y su estilo y que es en triángulo poco más o menos es el triángulo lo que la otra fue en cuadrado. Fue construida bajo el reinado de Enrique el Grande, que la llamó plaza Dauphine, y entonces se admiró el poco tiempo que precisaron sus edificios para cubrir el vacío terreno de la isla de la Gourdaine. La invasión de este terreno fue un cruel disgusto para los clérigos, que iban allí a divertirse ruidosamente, y para los abogados, que meditaban en él sus alegatos:¡era un paseo tan verde y tan florido al salir de la infecta audiencia del Palacio…!
Isla de la Gourdaine
      Apenas se levantaron aquellas tres filas de casas sobre sus pesados pórticos cargados y surcados de salientes y tabiques, apenas fueron revestidas con sus ladrillos, abiertas sus ventanas con balaústres y cubiertas con macizos tejados, aquel linaje de gentes de justicia invadió toda la plaza siguiendo cada uno sus categoría y sus medios, es decir, en relación inversa a la altura de los pisos. Aquello se convirtió en una especie de corte de los milagros de altos vuelos, un hampa de ladrones privilegiados, guarida de picapleitos, edificada con ladrillo y piedra, mientras que las otras eran de barro y madera.
Plaza Dauphine

      En una de aquellas casas que constituían la plaza Dauphine vivía en los últimos años del reino de Enrique el Grande un personaje bastante importante llamado Glodinot Chevaussut, lugarteniente civil del preboste de Paris; cargo a la vez muy penoso y lucrativo en un siglo en el que los ladrones eran mucho más numerosos de lo que lo son hoy en día, ¡tanto ha disminuido desde entonces la probidad en nuestra Francia!, y en el que el número de mujeres de alegre vivir era mucho más considerable, ¡tanto se han degradado las costumbres! Como la humanidad no cambia en absoluto se puede decir, como un antiguo autor, que cuanto menos granujas hay en galeras más hay fuera.

martes, 29 de noviembre de 2011

Anónimo.- LAZARILLO DE TORMES

Anónimo.- LAZARILLO DE TORMES



PRÓLOGO



      Yo por bien tengo que cosas tan señaladas y por ventura nunca oídas, vengan a noticia de muchos y no se entierren en la sepultura del olvido, pues podría ser que alguno que la lea halle algo que le agrade, y a los que no ahondaren tanto los deleite. A este propósito dice Plinio que no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena. Mayormente, que los gustos no son todos unos, mas lo que uno no come, otro se pierde por ello; y así vemos cosas tenidas en poco de algunos que de otros no lo son. Y esto para que ninguna cosa se debría romper ni echar a mal, si muy detestable fuese, sino que a todos se comunicase, mayormente siendo sin perjuicio y pudiendo sacar de ella algún fructo; porque, si así no fuese, muy pocos escribirían para uno solo, pues no se hace sin trabajo, y quieren, ya que lo pasan, ser recompensados, no con dineros, mas con que vean y lean sus obras y, si hay de qué, se las alaben. Y a este propósito dice Tulio: La honra cría las artes.



      ¿Quién piensa que el soldado que es primero del escala tiene más aborrecido el vivir? No por cierto; mas el deseo de alabanza le hace ponerse al peligro; y, así, en las artes y letras es lo mesmo. Predica muy bien el presentado y es hombre que desea mucho el provecho de las ánimas; mas pregunten a su merced si le pesa cuando dicen: “¡Oh, qué maravillosamente lo ha hecho vuestra reverencia!” Justó muy ruinmente el señor don Fulano, y dio el sayete de armas al truhán porque le loaba de hacer llevado muy buenas lanzas: ¿qué hiciera si fuera verdad?


      Y todo va desta manera: que, confesando yo no ser más santo que mis vecinos, desta nonada que en este grosero estilo escribo, no me pesarán que hayan parte y se huelguen con ello todos los que en ella algún gusto hallaren, y vean que vive un hombre con tantas fortunas, peligros y adversidades.


      Suplico a Vuestra Merced reciba el pobre servicio de mano de quien lo hiciera más rico, si su poder y deseo lo confirmaran. Y pues Vuestra Merced escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso, parecióme no tomalle por el medio, sino del principio, porque tenga entera noticia de mi persona; y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando, salieron a buen puerto.




lunes, 14 de noviembre de 2011

Luigi Pirandello.- Il fu Mattia Pascal

Antologías


Luigi Pirandello.- IL FU MATTIA PASCAL

I. PREMESSA
Una delle poche cose, anzi forse la sola ch’io sapessi di certo era questa: che mi chiamavamo Matia Pascal. E me ne approfitavo. Ogni qual volta qualcuno dei miei amici o conoscenti dimostrava d’aver perduto il senno fino al punto di venire da me per qualche consiglio o suggerimento, mi stringevo nelle spalle, socchiudevo gli occhi e gli rispondevo:
“Io mi chiamo Mattia Pascal.”
“Grazie, caro. Questo lo so.”
“E a ti par poco?”
Non pareva molto, per dir la verità, neanche a me. Ma ignoravo allora che cosa volesse dire il non sapere neppur questo, il no poter più rispondere, cioè, come prima, all’occorrenza:
“Io mi chiamo Mattia Pascal.”
Qualcuno vorrà bene, compiangerli (costa così poco), immaginando l’atroce cordoglio d’un disgraziato, al quale avvenga di scoprire tutt’a un tratto che… sì, niente, insomma: né padre, né madre, né come fu o come non fu; e vorrà pur bene indignarsi (costa anche meno) della corruzione dei costumi, o dei vizi, o della tristezza dei tempi, che tanto male possono esser cagione a un povero innocente.
Ebbene, si accomodi. Ma è mio dovere avvertirlo che non si tratta propriamente di questo. Potrei qui esporre, difatti, in un albero genealogico, l’origine e la discendenza della mia famiglia e dimostrare come qualmente non solo ho conosciuto mio padre e mia madre, ma gli antenati miei e le loro azioni, in un lungo decorso di tempo, non tutte veramente lodevoli.
E allora?

Ecco: il mio caso e assai più strano e diverso; tanto diverso e stano che mi faccio a narrarlo.
Fui, per circa due anni, non so se più cacciatore di topi che guardiano di libri nella biblioteca che un monsignor Boccamazza, nel 1803, volle lasciar morrendo al nostro Comune. E ben chiaro che questo Monsignore dovete conoscer poco l’inole e le abitudini dei suoi concittaini; o forse sperò che il suo lascito doversse col tempo e con la comodità ascendere nel loro animo l’amore per lo stuio. Finora, ne posso renere testimonianza, non si è acceso; e questo dico in lode dei miei concittaini. Del dono anzi il Comune si dimostrò così poco gratto al Boccamazza, che non volle eppure erigergli un mezzo busto pur che fosse, e i libri lasciò per molti e molti anni accatastati in un vasto e umido magazzino, donde poi li trasse, pensate voi in quale stato, per allogarli nella chiesetta fuori mano di Santa Maria Liberale, non so per qual ragione sconsacrata. Qua l’affidò, senz’alcun discernimento, a titolo di beneficio, e come sinecura, a qualche sfaccendato ben protetto il quale, per due lire al giorno, stando a guardarli, o anche senza guardarli affatto, ne avesse sopportato per alcune ore il tanfo della muffa e della vecchiume.

lunes, 17 de octubre de 2011

Alonso de Ercilla.- LA ARAUCANA

Alonso de Ercilla


Alonso de Ercilla.- LA ARAUCANA. Canto I



No las damas, amor, no gentilezas / de caballeros canto enamorados; / ni las muestras, regalos ni ternezas de amorosos afectos y cuidados: / mas el valor, los hechos, las proezas / de aquellos españoles esforzados, / que a la cerviz de Arauco, no domada, / pusieron duro yugo por la espada. / Cosas diré también harto notables / de gente que a ningún rey obedecen, / temerarias empresas memorables / que celebrarse con razón merecen; / raras industrias, términos loables / que más los españoles engrandecen; / pues no es el vencedor más estimado / de aquello en que el vencido es reputado. / Suplícoos, gran Felipe, que mirada / esta labor, de vos sea recebida, / que, de todo favor necesitada, queda con darse a vos favorecida: / es relación sin corromper, sacada / de la verdad, cortada a su medida; / no despreciéis el don, aunque tan pobre, / para que autoridad mi verso cobre. / Quiero a señor tan alto dedicarlo, / porque este atrevimiento lo sostenga, / tomando esta manera de ilustrarlo, / para que quien lo viere en más lo tenga: / y si esto no bastare a no tacharlo, / a lo menos confuso se detenga, / pensando que, pues va a vos dirigido, / que debe de llevar algo escondido. / Y haberme en vuestra casa yo criado, / que crédito me da por otra parte, / hará mi torpe estilo delicado, / y lo que va sin orden lleno de arte: / así, de tantas cosas animado, / la pluma entregaré al furor de Marte; / dad orejas, Señor, a lo que digo, / que soy de parte de ello buen testigo. / Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada   / por fuerte, principal y poderosa, /     la gente que produce es tan granada, /     tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. /   Es Chile Norte Sur de gran longura, / costa del nuevo mar del Sur llamado; /  tendrá del Este al Oeste de angostura / cien millas, por lo más ancho tomado, /    bajo del polo Antártico en altura / de veinte y siete grados, prolongado / hasta do el mar Océano y Chileno / mezclan sus aguas por angosto seno.   / Y estos dos anchos mares, que pretenden,/
Paisaje de Araucania,con el Volcán Llaima al fondo
pasando de sus términos, juntarse, /  baten las rocas y sus olas tienden;   / mas esles impedido el allegarse; / por esta parte al fin la tierra hienden / y pueden por aquí comunicarse: /  Magallanes, Señor, fue el primer hombre / que, abriendo este camino, le dio nombre.  / Por falta de piloto, o encubierta / causa, quizá importante y no sabida, / esta secreta senda descubierta / quedó para nosotros escondida: / ora sea yerro de la altura cierta, / ora que alguna isleta removida /del tempestuoso mar y viento airado, / encallando en la boca, la ha cerrado. /Digo que Norte Sur corre la tierra, / y baña la del Oeste la marina; / a la banda del Este va una sierra /   que el mismo rumbo mil leguas camina: /    en medio es donde el punto de la guerra /     por uso y ejercicio más se afina: /  Venus y Amor aquí no alcanzan parte; /   sólo domina el iracundo Marte.

Primera edición de la Primera Parte de La Araucana, año 1569

lunes, 10 de octubre de 2011

Max Aub.- CRIMENES EJEMPLARES

Max Aub.- CRIMENES EJEMPLARES

 Una edición del libro

     - NO LO HICE adrede.
     Yo tampoco. Es todo lo que se le ocurrió repetir aquella imbécil, frente al jarro, hecho añicos. ¡Y era el de mi santa madre, que en gloria esté! La hice pedazos. Les juro que no pensé, un momento siquiera, en la ley del Talión. Fue más fuerte que yo.

     LO MATÉ porque habló mal de Juan Álvarez, que es muy mi amigo y porque me consta que lo que decía era una gran mentira.

     LO MATÉ porque era de Vinaroz.

     -¡ANTES MUERTA!-me dijo. ¡Y lo único que yo quería era darle gusto!
Max Aub (el de la derecha) en Quebec


     ERA TAN SENCILLO: Dios es la creación, a cada momento es lo que nace, lo que continúa, y también lo que muere. Dios es la vida, lo que sigue, la energía y también la muerte, que es fuerza y permanencia y continuidad. ¿Cristianos éstos que dudan de la palabra de su Dios? ¿Cristianos ésos que temen a la muerte cuando les prometen la resurrección? Lo mejor es acabar con ellos de una vez. ¡Que no quede rastro de creyentes tan miserables! Emponzoñan el aire. Los que temen morir no merecen vivir. Los que temen a la muerte no tienen fe. ¡Que aprendan, de una vez, que existe el otro mundo! ¡Sólo Alá es grade!

     SE MONDABA los dientes como si no supiese hacer otra cosa. Dejaba el palillo al lado del plato para, tan pronto como dejaba de masticar, volver al hurgo. Horas y horas, de arriba abajo, de abajo arriba, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, de adelante para atrás, de atrás para adelante. Levantándose el labio superior, leporinándose, enseñando sus incisivos –uno tras otro- amarillentos, bajándose el inferior hasta la encía carcomida: hasta que sangró; un poco nada más. Le transformé la biznaga en bayoneta, clavándosela hasta los nudillos.
     Se atragantó hasta el juicio final. No temo verle entonces la cara. Lo gorrino quita lo valiente.

     EMPEZÓ A DARLE VUELTA al café con leche con la cucharita. El líquido llegaba al borde, llevado por la violenta acción del utensilio de aluminio (el vaso era ordinario, el lugar barato, la cucharilla usada, pastosa de pasado). Se oía el ruido del metal contra el vidrio. Ris, ris, ris, ris. Y el café con leche dando vueltas y más vueltas, con un hoyo en su centro. Maelstrom. Yo estaba sentado enfrente. El café estaba lleno. El hombre seguía moviendo y removiendo, inmóvil, sonriente, mirándome. Algo se me levantaba de adentro. Le miré de tal manera que se creyó en la obligación de explicarse:
     -Todavía no se ha deshecho el azúcar.
     Para probármelo dio unos golpecitos en el fondo del vaso. Volvió en seguida con redoblada a energía a menear metódicamente el brebaje. Vueltas y más vueltas, sin descanso, y el ruido de la cuchara en el borde del cristal. Ras, ras, ras. Seguido, seguido, seguido sin parar, eternamente. Vuelta y vuelta y vuelta y vuelta. Me miraba sonriendo. Entonces saqué la pistola y disparé.


jueves, 6 de octubre de 2011

Julio César.- COMENTARIOS DE LA GUERRA CIVIL



Julio César.- COMENTARIOS DE LA GUERRA CIVIL

LIBRO PRIMERO
Pompeyo y César
     1. Después que Fabio entregó a los cónsules la carta de Cayo César, costó mucho recabar de éstos el que se leyese en el Senado, aun mediando para ello las mayores instancias de los tribunos del pueblo, pero nada bastó para reducir a que hicieran la propuesta del tenor de su contenido; y así sólo propusieron lo tocante a la República. Lucio Lentulo, uno de los cónsules, promete no desamparar al Senado y a la República, como quieran votar con resolución y entereza; pero si tiran a contemplar a César y a congraciarse con él, como lo han hecho hasta ahora, tomará por si sólo su partido, sin atender a la autoridad del Senado, que también él sabrá granjearse la gracia y amistad de César. Escipión se explica en los mismos términos, afirmando que Pompeyo está resuelto a no abandonar la República si encuentra apoyo en el Senado; pero que si éste se muestra irresoluto y blandea, después, aunque quiera, en balde implorará su ayuda.
Una sesión del Senado romano
     2. Esta proposición, como se tenía el Senado en Roma, estando Pompeyo a sus puertas, parecía salir de la boca del mismo Pompeyo. Algún otro dio parecer más moderado; tal fue, primero el de Marco Marcelo, que se esforzó en persuadir que no se debía tratar en el Senado lo concerniente a la República antes de que se hicieran levas por toda Italia y estuviesen armados los ejércitos, con cuyo resguardo pudiese el Senado segura y libremente decretar lo que mejor le pareciese; tal el de Marco Calidio, que insistía en que Pompeyo fuese a sus provincias para quitar toda ocasión de rompimiento; que César se recelaba de que Pompeyo en haberle sonsacado las dos legiones no tuvo más mira que servirse de ellas contra su persona, y tener estas fuerzas a su disposición en Roma; tal en fin el de Marco Rufo, que con alguna diferencia de palabras convenía en la substancia con Calidio. Se opuso violentamente a estos tres Lucio Lentulo, y se cerró en que no había que proponer el voto de Calidio. Así Marcelo, aterrado con los baldones, abandonó su parecer, u así violentados los más por la destemplanza del cónsul, terror del ejército presente, y amenazas de los amigos de Pompeyo, siguen mal de su grado la sentencia de Escipión: “que dentro de cierto término deje César el ejército; donde no, se le declare por enemigo de la República. Opónese Marco Antonio y Quinto Casio, tribunos del pueblo. Pónese al punto en consejo la protesta; díctanse sentencias violentas. Quien acertó a explicarse con más desabrimiento y rigor, ese se lleva mayores aplausos de los enemigos de César.
Plano del Foro

sábado, 24 de septiembre de 2011

Saavedra Fajardo EMPRESAS POLITICAS

Saavedra Fajardo     EMPRESAS POLITICAS
Don Diego Saavedra Fajardo

     Empresa 1 : HINC LABOR ET VIRTUS
     Nace el valor, no se adquiere; calidad intrínseca es del alma, que se infunde con ella y obra luego. Aun el seno materno fue campo de batalla a dos hermanos valerosos. El más atrevido, si no pudo adelantar el cuerpo, rompió brioso las ligaduras, y adelantó el brazo, pensando ganar el mayorazgo. En la cuna se exercita un espíritu grande. La suya coronó Hércules con la victoria de las culebras despedazadas. Desde allí le reconoció la invidia, y obedeció a su virtud la fortuna, Un corazón generoso en las primeras acciones de la naturaleza y del caso descubre su bizarría. Antes vio el infante don Fernando, tío de Vuestra Alteza, en Nordlingen la batalla que la guerra, y supo luego mandar con prudencia y obrar con valor.
           L’età precorse e la speranza, e presti 
          Pareano i fior, quando n’usciro i frutti.
                TORQUATO TASSO.

Algezares, pedanía de Murcia, donde el autor nació
     Siendo Ciro niño, y electo rey de otros de su edad, ejercitó en aquel gobierno pueril tan heroicas acciones, que dio a conocer su nacimiento real, hasta entonces oculto, Los partos nobles de la naturaleza por si mismos se manifiestan. Entre la masa ruda de la mina brilla el diamante y resplandece el oro. En naciendo el león reconoce sus garras, y con altivez de rey sacude sus aún no enjutas guedejas de su cuello, y se apercibe para la pelea. Las niñeces descuidadas de los príncipes son ciertas señales y pronósticos de sus acciones adultas. No está la naturaleza un punto ociosa. Desde la primera luz de los partos asiste diligente a la disposición del cuerpo y a las operaciones del ánimo, y para su perfección infunde en los padres una fuerza amorosa que les obliga a la nutrición y a la enseñanza de sus hijos. Y porque recibiendo la substancia de otra madre no degenerasen de la propia, puso con gran providencia en los pechos de cada uno dos fuentes de cándida sangre que los sustentasen- Pero la flojedad o en temor de gastar su hermosura induce las madres a frustrar este fin, con grave daño de la república, entregando la crianza de sus hijos a las amas. Ya, pues, que no se puede corregir este abuso, sea cuidadosa la elección de las calidades dellas. “Esto es (palabras son de aquel sabio rey don Alonso, que dio leyes a la tierra y a los orbes en una ley de las Partidas), en darle amas sanas y bien acostumbradas o de buen linaje, ca bien como así el niño de gobierna, e se cría en el cuerpo de la madre hasta que nace, otrosí se gobierna e se cría del ama desde que le da la teta fasta que gela tuelle, e porque el tiempo de la crianza es más luengo que el de la madre, por ende no puede ser que non reciba mucho del continente e de las costumbres del ama.”
La Batalla de Nordlingen (1634), citada en el texto
     La segunda obligación de los padres es la enseñanza de sus hijos. Apenas no hay animal que no asista a los suyos hasta dejallos bien instruidos. No es menos importante el ser de la doctrina que el de la naturaleza, y más bien reciben los hijos los documentos o reprehensiones de sus padres que de sus maestros y ayos, principalmente los hijos de los príncipes, que desprecian el ser gobernados de los
inferiores.


Una edición antigua del libro

martes, 20 de septiembre de 2011

Robert Musil.- EL HOMBRE SIN ATRIBUTOS

Robert Musil.- EL HOMBRE SIN ATRIBUTOS

El autor


1. Accidente sin trascendencia

     Sobre el Atlántico avanzaba un mínimo barométrico en dirección este, frente a un máximo estacionado sobre Rusia; de momento, no mostraba tendencia a esquivarlo, desplazándose hacia el norte. Los isotermos y los isóteros cumplían con su deber. La temperatura del aire estaba en relación con la temperatura anual, tanto con la del mes más caluroso como con la del mes más frío y con la oscilación mensual aperiódica. la salida y puesta del sol y de la luna, las fases de la luna, Venus, del anillo de Saturno y muchos otros fenómenos importantes se sucedían conforme a los pronósticos de los anuarios astronómicos. El vapor de agua alcanzaba su mayor tensión y la humedad atmosférica era escasa. En pocas palabras, que describen fielmente la realidad, aunque estén algo pasadas de moda: era un hermoso día de agosto del año 1913.

Una plaza de Klagenfurt, la patgria chica de Musil
     Automóviles salían disparados de calles largas y estrechas al espacio libre de luminosas plazas. Hileras de peatones, surcando zigzagueantes la multitud confusa, formaban esteras movedizas de nubes entretejidas. A veces se separaban algunas hebras, cuando caminantes más presurosos se abrían paso por entre otros a quienes no corría tanta prisa, se alejaban ensanchado curvas y volvían, tras breves serpenteos, a su curso normal. Centenares de sonidos se sucedían uno tras otro, confundiéndose en un prolongado ruido metálico del que destacaban diversos sones, unos agudos claros, otros roncos, que discordaban la armonía pero que la restablecían al desaparecer. De este ruido hubiera deducido cualquiera, después de largos años de ausencia, sin previa descripción y con los ojos cerrados, que se encontraba en la capital del Imnperio, en la ciudad residencial de Viena. A las ciudades se las conoce,
La ópera de Viena
como a las personas, por el andar. Mirando de lejos y sin fijarse en pormenores, lo podían haber revelado igualmente el movimiento de las calles. Pero tampoco es de trascendencia siquiera el que, para averiguarlo, se lo hubiera tenido uno que imaginar. Las excesiva estimación de la pregunta de “dónde nos encontramos” procede del tiempo de las hordas nómadas que debían tener conocimiento cabal y de plena posesión de sus pastos. Sería interesante saber por qué al ver una nariz amoratada se da uno por satisfecho con reparar simplemente y de manera imprecisa en el color, y nunca se pregunta qué clase de tonalidad tiene, aunque, sin más, se lo podría expresar la medida de las vibraciones moleculares. Por el contrario, en asunto tan complejo como es una ciudad en la que se vive, se quisiera conocer todas sus peculiaridades. Esto nos desvía de lo más importante.
Una edición de este libro

jueves, 15 de septiembre de 2011

Robert Graves.- LOS MITOS GRIEGOS

Tercer Trabajo de Heracles: LA CIERVA DE CERINIA.


Heracles en el Louvre
El tercer trabajo de Heracles consistió en capturar viva a la cierva de Cerinia y llevarla viva desde Énoe hasta Micenas. Este veloz animal moteado tenía pezuñas de bronce y cuernos de oro como los de un ciervo, por lo que algunos dicen que en realidad era un ciervo. Estaba consagrada a Ártemis, que de niña había visto cinco ciervas, más grandes que toros, paciendo en las orillas de guijarros negros del río tesalio Anauro, al pie de los Montes Parrasios, mientras el sol centelleaba en sus cuernos. Corrió en su persecución y atrapó a cuatro de ellas, una tras otra, con sus propias manos, y las unció a su carro; la quinta huyó a través del río Celadón a la Colona Corintia, tal como había previsto Hera, quien ya pensaba en los trabajos de Heracles. Según otra versión, esta cierva era un monstruo indómito, que solía hacer estragos en los campos, y al que Heracles sacrificó a Ártemis en la cumbre del Monte Artemisio.
Un paisaje como el de la Arcadia Feliz
b) Poco dispuesto a matar o herir a la cierva, Heracles realizó este trabajo sin ejercer la menor fuerza. La persiguió incansablemente durante todo un año, en una cacería que lo llevó hasta Istria y el País de los Hiperbóreos. Cuando, agotada por fin, la cierva se refugió en el Monte Artemisio, y desde allí descendió al rio Ladón, Heracles disparó una flecha con la que le sujetó las patas delanteras haciéndola pasar entre el hueso y el tendón sin derramar sangre, luego la recogió, se la echó sobre los hombros y se apresuró a volver por Arcadia a Micenas. Sin embargo, algunos dicen que empleó redes; o que siguió el rastro de la cierva hasta que la encontró dormida bajo un árbol. Ártemis salió al encuentro de Heracles y le reprendió por haber maltratado a un animal sagrado, pero él alegó que lo había hecho por pura necesidad, e hizo recaer toda la culpa sobre Euristeo. Así aplacó la ira de la diosa, quien le dejó que llevara la cierva viva hasta Micenas.
La Puerta de los Leones en Micenas
c) Otra versión de este trabajo es que esta cierva era la que la pléyade Táigete, hermana de Alcínoe, había dedicado a Ártemis en agradecimiento por haberla transformado temporalmente en cierva y haber podido así eludir los abrazos de Zeus. Sin embargo, no era posible engañar a Zeus por mucho tiempo, y finalmente engendró en él a Lacedemón; inmediatamente después del parto ella se ahorcó en la cumbre del monte Amideo, que en adelante se llamó monte Taigeto.
Heracles capturando la cierva
1. Este trabajo era de tipo distinto al de la mayor parte de los otros. Históricamente, es posible que aluda a la toma por los aqueos de un templo en el que adoraba a Ártemis como Elafio (“parecida a la cierva”). La cuatro ciervas de su carro representan los años de la Olimpiada, y al finalizar cada uno de ellos se perseguía a una víctima vestida con piel de venado hasta matarla.
2. En Europa solamente el reno tiene cuernos, y la noticia de su existencia pudo haber llegado desde el Báltico por la Ruta del Ámbar. El reno, a diferencia de otros tipos de venados, se puede uncir a un carro de tiro.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Capitán John Byron.- VIAJE ALREDEDOR DEL MUNDO

Capitán John Byron.- VIAJE ALREDEDOR DEL MUNDO


Capítulo Primero: NAVEGACIÓN DESDE LAS DUNAS A RIO DE JANEIRO
     El 21 de junio de 1764 partí de las dunas con el navío de Su Majestad Delfín y la fragata Thamar, de los que había tenido orden de tomar el mando. Al pasar por Temisa se encalló el Delfín; este accidente me obligó a arribar a Plymouth, donde se carenó este buque.
El estuadio del Támesis
     Mientras permanecí en Plymouth hice algunos cambios en la tripulación; les mandé adelantar dos meses de paga, y el 7 de julio nos dimos a la vela, después de haber enarbolado la bandera de comandante.

El puerto de Plymouth en la actualidad
     El 4 estábamos a la altura del Cabo Lizard. Un viento fresco favorecía nuestro viaje al mismo tiempo que notábamos, con desagrado, que la fragata llevaba mal la vela.

El Cabo Lizard en la costa de Cornualles
     En la noche del 6, el oficial del primer cuarto descubrió un fenómeno extraordinario que presentaba la imagen de un navío de fuego; se distinguía de lejos, duró cerca de una hora y desapareció después.
     En la tarde del 12 descubrimos las rocas que están cerca de Madeira, y que nuestras gentes llaman los Desertores, por el nombre francés Déserts o Désertes que les han dado a causa de su aspecto estéril y salvaje. Al otro día, cerca de las tres de la tarde, llegamos a la rada de Funchal.
La isla de Madeira
     El 14, por la mañana, pasé a visitar al gobernador, que me recibió con urbanidad y me hizo saludar con once cañonazos en el momento que desembarcaba. Al día siguiente, que era el 15, vino el gobernador a visitarme a casa del cónsul; lo hice saludar con otros once cañonazos, que disparó el fuerte.
     Al llegar a Madeira nos hallamos anclados al Corona, navío del rey, y al sclup el Ferret; estos dos buques, a vista de la bandera comandanta a bordo del Delfín, nos saludaron con su artillería.
     Nuestro primer cuidado fue tomar a bordo varias clases de comestibles, y principalmente una gran cantidad de cebollas. En seguida aparejamos el 19 y continuamos nuestra ruta. El 21 avistamos la isla de la Palma, una de las Canarias.
     Observamos que desde el Cabo Lizard ninguna especie de pescado había seguido nuestra embarcación. Yo lo atribuía a que en la carena se había forrado de cobre. Hacia el 26 comenzó a corromperse el agua, y la purificamos por medio de una máquina que habíamos embarcado con este objeto: es una especie de ventilador con que se obliga al aire a penetrar en el agua, agitando a ésta continuamente y todo el tiempo que sea necesario.
     Para renovar el agua nos vimos obligados a tocar en una de las islas de Cabo Verde. El 27 descubrimos la Isla de la Sal y vimos una gran abundancia de tortugas. Tratamos de coger alguna, pero fue imposible porque se escaparon antes.
La Isla de la Sal en las Cabo Verde











viernes, 2 de septiembre de 2011

Juan de Timoneda.- EL PATRAÑUELO


Juan de Timoneda.- EL PATRAÑUELO


Patraña primera


Argentina y Tolomeo,
los dos, por la penitencia,
vinieron a conoscencia
no haber hecho caso feo.



En la ciudad de Alejandría habitaban dos prósperos y ricos mercaderes, casados muy a su contento, el uno llamado Cosme Alejandrino, y el otro Marco César; los cuales, con sus tratos y mercancías, hacían compañía y habitaban en una propia casa. Quiso su buena suerte y ventura que, en un tiempo y sazón, engendrasen sus mujeres, y pariesen en un mismo día dos hijos, los más hermosos y agraciados que formar pudo naturaleza; por lo cual, confederados con la buena amistad que se tenían, quisieron que se llamasen los dos Tolomeos, de un solo nombre, aunque de allí a muy pocos días las madres murieron, a respecto que tuvieron los partos trabajosos y mortales, bien que, cuando esto aconteció a Cosme Alejandrino, tenía una hija dicha Argentina, que en su casa un ama se la destetaba. Los honrados viudos, ya después de haber hechas sus honras en el enterramiento de sus mujeres, platicando a quien podrían dar a criar sus hijos, habiendo el ama sentimiento de ello, que Pantana se decía, por importunación de su marido, Blas Carretero, de improviso, arrodillada delante de sus presencias, hizo la siguiente petición:

-Lastimados y señores míos: tanto con aquella humildad que prestarles debo y puedo, cuanto a la voluntad que, en gloria sean, mis señoras y mujeres suyas he tenido, y, sobre todo, el amor que de nuevo he tomado, por empezar a darles la destilada leche de mis pechos a sus dos hijos únicos, amados Tolomeos, suplico, cuan encarecidamente posible sea que me los den a mí a criar tan solamente, si servidos fueran; porque ya sabe aquí el señor Cosme Alejandrino con cuánta diligencia y solicitud he criado en casa a Argentina, hija suya, que de leche necesidad para el presente no tiene, sino yo de esta señalada merced, que a los dos juntamente pido.

En verle tan humilde y cuán bien manifestaban las lágrimas que destilaba por sus ojos el entrañable amor que en su corazón estaba oculto, tomáronla entrambos a dos por sus brazos, y, alzándola de tierra, tomando la mano Cosme Alejandrino, dijo lo siguiente:

-Ama y señora nuestra, que así conviene para el presente que os llamemos, viendo vuestra buena determinación y considerando los servicios recibidos de vos y de vuestro marido que en esta casa recibimos de cada día, de parte del señor Marco César y mía digo que soy contento, si él por bien lo tuviera.

Respondió Marco César:

-Sí señor, y satisfecho. Así que, señora ama, criadlos como de vos se confía.


Pues como el ama los criase, eran tan semejantes en estatura y gesto, que, si el ama no, nadie sabía determinarse de presto cuál su hijo fuese; por lo cual, siendo grandecillos, tuvieron necesidad de diferenciarlos de vestidos. En este discurso de tiempo, el Marco César viniendo a menos, él y Cosme Alejandrino deshicieron la compañía; y, determinándose de ir el Marco César a vivir en Atenas, pidiendo su hijo, el ama, por el amor que a los niños tenía, usó de esta maña; y fue que, mudando los vestidos, trastocó los hijos y dio a cada cual padre el que no era su hijo, a respecto que Cosme Alejandrino, cuando viniese a saber, siendo grande, que no era su hijo aquel, no dejaría, por haberle tenido en aquella reputación y cuenta, de hacerle algún bien, y a su hijo mucho más.

Pero como las mujeres sean frágiles, el ama, que Pantana se decía, ya que destetado hubo a Tolomeo, por tener el marido viejo, rencilloso, y conceder a los lisonjeados requiebros de cierto mancebo, y puespuesto el amor que tenía a la casa de Cosme Alejandrino, se fue con el dicho mancebo, tomando lo mejor que pudo. Y, siendo a una jornada de la ciudad, a la falda de la sierra de Armenia, la robó el mancebo que la llevaba. Y, viéndose sola, sabiendo que en la cumbre del monte había una ermita y necesidad de ermitaño para ella, cortose, de la saya que llevaba, un hábito mal cortado y peor cosido, y, llamándose fray Guillermo, se puso en ella; y, por su buena condición y vida, la tenían en gran reputación por todos aquellos lugarejos.

Siendo ya de edad proporcionada Argentina y Tolomeo, por la mucha familiaridad y conversación que se tuvieron, sin tener respeto al deudo que ellos pensaban tener, se ayuntaron los dos, del cual ayuntamiento se hizo ella preñada.

En esta coyuntura, Marco César vino de Atenas con gran cantidad de dineros, que en sus tratos y mercaderías había ganado, para pagar a todos sus deudores, y trajo consigo a Tolomeo, el cual pensaba que su hijo fuese. Y, visitándose él y Cosme Alejandrino, trataron casamiento de Argentina con Tolomeo Ateniense, que así se llamaba por haberse criado en Atenas. Los padres contentos, y dadas las manos, suplicó Marco César a Cosme Alejandrino que estuviese el negocio secreto entre tanto que volviese de cierto camino que había de hacer.


Pues como Argentina en este entretenimiento se viese preñada y desposada, dando parte de ello a su querido Tolomeo, hallose el triste mancebo tan atribulado, que no tuvo otro remedio, sino irse aborrecidamente de casa de Cosme Alejandrino, dejando encomendada Argentina a una parienta suya, en que, en ser nacida la criatura, secretamente le diese recaudo. Y él, como culpado que se pensaba ser, por haberse ayuntado con su hermana -no siéndolo-, se fue a las sierras de Armenia, para aconsejarse con fray Guillermo, y recibir la penitencia de su mano; el cual, como ama que le había sido, y por la confesión que hizo, luego le conoció, y, disimuladamente, le dio una sutil penitencia, dándole acogimiento en su ermita.

Viniendo a parir la congojada y triste Argentina sin haber nadie sentimiento, no fue tan secreta en este negocio, que al sacar la criatura una moza de casa lo hubo de sentir Cosme Alejandrino, y por allí vino a saber de quién y cómo se había engendrado; el cual, airado de semejante caso, mandó a Blas Carretero, un criado de quien mucho se fiaba, que, vista la presente, tomase aquel niño y le echase en el río de Armenia. Sabido por Argentina, su madre, el cruelísimo mandado de su padre Cosme Alejandrino, por ruegos y promesas que hizo a Blas Carretero, lo indujo que lo echase en las sierras de Armenia, con cierto joyel que le puso al cuello.

Echado el niño, hallole fray Guillermo entre unas matas; el cual llevó a su ermita, y a ciertos pastores, con leche de ovejas y cabras mandó que lo criasen.

Argentina, alcanzando a saber a cabo de días que su amado Tolomeo hacía penitencia en las sierras de Armenia, se fue derecho allá escondida y secretamente, y venida a los pies de fray Guillermo, conocida la inocencia de su pecado y de cómo, por las señas que ella dio, que el niño que se criaba era su hijo, se dio a Tolomeo y a ella a conocer, dándoles clara y distinta razón cómo no eran hermanos ni por tal se tuviesen, y que el hijo suyo ella lo tenía bien guardado, y que diesen a Dios loores y gracias de todo, pues en tan buen puerto habían aportado, y que les suplicaba de su parte que se fuesen juntamente con ella a casa de Cosme Alejandrino, porque sabiendo el caso como pasaba, no dejaría de tener por bien que se efectuase el matrimonio de los dos y haber todos cumplido perdón, contentos aderezaron su partida.

Como Marco César viniese a pedir la palabra a Cosme Alejandrino, que le diese a Argentina por mujer de su hijo Ateniense, y no la hallase, era tanta la contienda de los dos, que no había quien los averiguase. En esto llegó fray Guillermo, diciendo:

-¡Paz, paz, honrados señores, y Dios sea con ellos! Sosieguen y óiganme, por caridad, si son servidos, que podrá ser que yo sea el remedio con que se atajen sus tan trabadas y marañadas pendencias.

Callando todos, mandáronle que prosiguiese, el cual dijo así:

-Señor Cosme Alejandrino, tu hija Argentina y Tolomeo bajo de mi poder y dominio están, y el niño que mandaste echar en el río también. No te fatigues, que sin perjuicio de tu honra ni ofensa de Dios, pueden ser casados, porque Tolomeo, el que piensas que es tu hijo, no lo es, sino aquí de Marco César, y el de Marco César es el tuyo; y porque crédito me des y tú quedes satisfecho de lo propuesto, has de saber que yo soy Pantana, mujer de Blas Carretero, que tuve por bien de trastocaros de hijos al tiempo que deshicisteis la compañía, porque los niños, siendo tú próspero, fuesen bien librados. Y, si de esto que hice te parece que merezco culpa, te suplico que me perdones, y asimismo me lo alcances de mi marido.

Concediéndoselo y venidos Argentina y Tolomeo en su presencia, fueron muy bien recibidos, y los padres muy contentos y alegres que fuesen casados. Y así se hicieron las bodas muy solemnes y regocijadas, como a sus estados y honra pertenecían.

De este cuento pasado hay hecha comedia, que se llama Tolomea.