viernes, 30 de marzo de 2012

Henri Pirenne: LAS CIUDADES DE LA EDAD MEDIA

El profesor Pirenne

Henri Pirenne: LAS CIUDADES DE LA EDAD MEDIA

1. El comercio del Mediterráneo hasta finales del siglo VIII

 Una ciudad medieval

      Si se echa una mirada al conjunto del Imperio romano, lo primero que sorprende es su carácter mediterráneo. Su extensión no sobrepasa apenas la cuenca del gran lago interior al que encierra por todas partes. Sus lejanas fronteras del Rhin, del Danubio, del Éufrates y del Sahara forman un enorme círculo de defensas destinado a proteger sus accesos. Incuestionablemente el mar es, a la vez, la garantía de su unidad política y de su unidad económica. Su existencia depende del dominio que se ejerza sobre él. Sin esta gran vía de comunicación no serían posibles ni el gobierno ni la alimentación del “orbis romanus”. Es interesante constatar de qué manera al envejecer el Imperio se acentúa más su carácter marítimo. Su capital en tierra firme, Roma, es abandonada en el siglo IV por otra capital que es al mismo tiempo un puerto admirable: Constantinopla.
Solidus de oro

      Ciertamente, al finalizar el siglo III se revela la civilización en una notable decadencia. La población disminuye, la energía se debilita, los gastos crecientes del gobierno que se afana en la lucha por la supervivencia entrañan una explotación fiscal que esclaviza cada vez más los hombres al Estado. Sin embargo, esta decadencia no parece haber afectado sensiblemente a la navegación en el Mediterráneo. La actividad que aún presenta contrasta con la atonía que paulatinamente se apodera de las provincias continentales. Continúa manteniendo en contacto a Oriente y a Occidente. No se ve de ningún modo desaparecer el intercambio de productos manufacturados o se productos naturales de climas marítimos tan diversos: tejidos de Constantinopla, de Edesa, de Antioquía, de Alejandría; vinos, aceites y especias de Siria, papiros de Egipto, trigo de Egipto, de África, de España, vinos de la Galia y de Italia. La reforma monetaria de Constantino, basada en el “solidus” de oro también debió de favorecer singularmente el movimiento comercial al proporcionarle el beneficio de un excelente numerario, universalmente utilizado como instrumento de las transacciones y expresión de los precios.

     
Un domon bizantino

martes, 20 de marzo de 2012

Chamfort.- MAXIMAS Y PENSAMIENTOS

Nicolás de Chamfort

MÁXIMAS Y PENSAMIENTOS

 Sébastien-Roch Nicolas, alias Nicolas de Chdamfort

1. Las máximas, los axiomas, son, como los compendios, tareas de personas de ingenio, que han trabajado, a lo que se ve, para solaz de espíritus perezosos o mediocres. El perezoso adopta una máxima que le dispensa de realizar por su cuenta las observaciones que han llevado al autor de la misma al resultado que comunica a su lector. El perezoso y el hombre mediocre se creen dispensados de ir más allá y prestan a la máxima una generalidad que el autor, de no ser a su vez una mediocridad, lo que a veces sucede, no pretendió darle. El hombre superior capta al instante las semejanzas y diferencias que hacen que la máxima sea más o menos aplicable a tal o cual caso o deje de serlo en absoluto. Sucede aquí como en la historia natural, donde el deseo de simplificar ha imaginado las clases y las divisiones. Sin duda se precisión de ingenio para efectuarlas, porque fue preciso acercarse y observar las relaciones. Mas el gran naturalista, el hombre de genio, comprende que la naturaleza abunda en seres individualmente diferentes y sabe de la insuficiencia de las divisiones y clases que usan  con tanta alegría los espíritus mediocre o perezosos; podemos, pues, asociarlos; con frecuencia constituyen la misma cosa, son muchas veces la causa y el efecto.


2. La mayoría de los autores de colecciones de versos o citas célebres recuerdan a quienes devoran cerezas u ostras, eligiendo al principio las mejores y acabando por comerlas todas.


Una edición de la obra
3. El hombre, en el estado actual de la sociedad, me parece más corrompido por su razón que por sus pasiones.Sus pasiones (e incluyo aquí aquéllas que pertenecen al hombre primitivo) han conservado, en el orden social, lo poco de naturaleza que aún se puede rastrear.

4. La filosofía, como la medicina, encierra multitud de drogas, pocos buenos remedios y casi ningún específico.


5. He conocido hombres que sólo estaban dotados de una razón recta y sencilla, sin una gran inteligencia o una excesiva altura individual, pero a los que bastaba esa razón simple para poner en su sitio a las vanidades y tonterías humanas, para proporcionarles el sentimiento de su dignidad personal y hacerles valorar dicho sentimiento en los otros. Me he tropezado con mujeres, más o menos en el mismo caso, a las que un sentimiento verdadero, tempranamente experimentado, había colocado en el nivel de las mismas ideas. Se sigue de estas dos observaciones que aquellos que conceden un gran valor a aquellas vanidades, o aquellas humanas estupideces, pertenecen a la última categoría de nuestra especie.

  Clermont-Ferrand, la patria de Chamfort   

6. Un hombre honesto debe obtener la estima pública sin haberlo previsto y, por así decirlo, a pesar suyo. Quien se dedica a buscarla, revela su estatura.


7. Una bella alegoría de la Biblia es ese árbol de la ciencia del bien y del mal que conlleva la muerte. Este emblema, ¿no querrá significar que cuando se ha penetrado el fondo de las cosas, la pérdida de las ilusiones supone la muerte del alma, es decir, un desinterés completo de cuanto concierne y ocupa a los demás hombres?


8. El pensamiento de todo consuela y a todo halla remedio. Si alguna vez os daña, pedidle el remedio del mal que os causó, y os lo suministrará.
Sus obras completas


9. Existen, es inútil negarlo, algunos grandes caracteres en la historia moderna y no somos capaces de comprender cómo se formaron. Semejan desplazados. Son a modo de cariátides en un entresuelo.


10. La filosofía mejor, en cuanto al mundo concierne, reside en conciliar el sarcasmo de la alegría con la indulgencia del desprecio.

domingo, 4 de marzo de 2012

Alejo Carpentier.- GUERRA DEL TIEMPO.

Alejo Carpentier.- GUERRA DEL TIEMPO.

VIAJE A LA SEMILLA. I.

 El autor en plena faena

      -¿Qué quieres, viejo ?....

      Varias veces cayó la pregunta de lo alto de los andamios. Pero el viejo no respondía. Andaba de un lugar a otro, fisgoneando, sacándose de la garganta un largo monólogo de frases incomprensibles. Ya habían descendido las tejas, cubriendo los canteros muertos con un mosaico de barro cocido. Arriba, los picos desprendía piedras de mampostería, haciéndolas rodar por canales de madera, con gran revuelo de cales y de yesos. Y por las almenas sucesivas que iban desdentando las murallas aparecían –despojados de su secreto- cielos rasos ovales o cuadrados, cornisas, guirnaldas, dentículos, astrágalos, y papeles encolados que colgaban de los testeros como viejas pieles de serpiente en muda.

Una edición del cuento

Presenciando la demolición, una Ceres con la nariz rota y el pelo desvaído, veteado de negro el tocado de mieses, se enguía en el traspatio, sobre su fuente de mascarones borrosos. Visitados por el sol en horas de sombra, los peces grises del estanque bostezaban en agua musgosa y tibia, mirando con el ojo redondo aquellos obreros, negros sobre claro de cielo, que iban rebajando la altura secular de la casa. El viejo se había sentado, con el cayado apuntándole la barba, al pie de la estatua. Miraba el subir y bajar de cubos en que viajaban restos apreciables. Oíanse, en sordina, los rumores de la calle mientras, arriba, las poleas concertaban, sobre ritmos de hierro con piedra, sus gorjeos de aves desagradables y pechugonas.

Lausana, donde el autor vino al mundo

      Dieron las cinco. Las cornisas y entablamientos se despoblaron. Sólo quedaron escaleras de mano, preparando el asalto del día siguiente. El aire se hizo más fresco, aligerado de sudores, blasfemias, chirridos de cuerdas, ejes que pedían alcuzas y palmadas en torsos pringosos. Para la casa mondada el crepúsculo llegaba muy pronto. Se vestía de sombras en horas en que su ya caída balaustrada superior solía regalar a las fachadas algún relumbre de sol. La Ceres apretaba lo labios. Por primera vez las habitaciones sormirían sin persianas, dabiertas sobre el paisaje de escombros.
Una calle de la vieja Habana

      Contrariando sus apetencias, varios capiteles yacían entre las hierbas. Las hojas de acanto descubrían su vocación vegetal. Una enredadera aventuró sus tentáculos hacia la voluta jónica, atraída por el aire de familia. Cuando cayó la noche, la casa estaba más cerca de la tierra. Un marco de puertas se erguían aún, en lo alto, con tablas de sombra suspendidas de sus bisagras desorientadas.
Una traducción del libro