lunes, 17 de octubre de 2011

Alonso de Ercilla.- LA ARAUCANA

Alonso de Ercilla


Alonso de Ercilla.- LA ARAUCANA. Canto I



No las damas, amor, no gentilezas / de caballeros canto enamorados; / ni las muestras, regalos ni ternezas de amorosos afectos y cuidados: / mas el valor, los hechos, las proezas / de aquellos españoles esforzados, / que a la cerviz de Arauco, no domada, / pusieron duro yugo por la espada. / Cosas diré también harto notables / de gente que a ningún rey obedecen, / temerarias empresas memorables / que celebrarse con razón merecen; / raras industrias, términos loables / que más los españoles engrandecen; / pues no es el vencedor más estimado / de aquello en que el vencido es reputado. / Suplícoos, gran Felipe, que mirada / esta labor, de vos sea recebida, / que, de todo favor necesitada, queda con darse a vos favorecida: / es relación sin corromper, sacada / de la verdad, cortada a su medida; / no despreciéis el don, aunque tan pobre, / para que autoridad mi verso cobre. / Quiero a señor tan alto dedicarlo, / porque este atrevimiento lo sostenga, / tomando esta manera de ilustrarlo, / para que quien lo viere en más lo tenga: / y si esto no bastare a no tacharlo, / a lo menos confuso se detenga, / pensando que, pues va a vos dirigido, / que debe de llevar algo escondido. / Y haberme en vuestra casa yo criado, / que crédito me da por otra parte, / hará mi torpe estilo delicado, / y lo que va sin orden lleno de arte: / así, de tantas cosas animado, / la pluma entregaré al furor de Marte; / dad orejas, Señor, a lo que digo, / que soy de parte de ello buen testigo. / Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada   / por fuerte, principal y poderosa, /     la gente que produce es tan granada, /     tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. /   Es Chile Norte Sur de gran longura, / costa del nuevo mar del Sur llamado; /  tendrá del Este al Oeste de angostura / cien millas, por lo más ancho tomado, /    bajo del polo Antártico en altura / de veinte y siete grados, prolongado / hasta do el mar Océano y Chileno / mezclan sus aguas por angosto seno.   / Y estos dos anchos mares, que pretenden,/
Paisaje de Araucania,con el Volcán Llaima al fondo
pasando de sus términos, juntarse, /  baten las rocas y sus olas tienden;   / mas esles impedido el allegarse; / por esta parte al fin la tierra hienden / y pueden por aquí comunicarse: /  Magallanes, Señor, fue el primer hombre / que, abriendo este camino, le dio nombre.  / Por falta de piloto, o encubierta / causa, quizá importante y no sabida, / esta secreta senda descubierta / quedó para nosotros escondida: / ora sea yerro de la altura cierta, / ora que alguna isleta removida /del tempestuoso mar y viento airado, / encallando en la boca, la ha cerrado. /Digo que Norte Sur corre la tierra, / y baña la del Oeste la marina; / a la banda del Este va una sierra /   que el mismo rumbo mil leguas camina: /    en medio es donde el punto de la guerra /     por uso y ejercicio más se afina: /  Venus y Amor aquí no alcanzan parte; /   sólo domina el iracundo Marte.

Primera edición de la Primera Parte de La Araucana, año 1569

lunes, 10 de octubre de 2011

Max Aub.- CRIMENES EJEMPLARES

Max Aub.- CRIMENES EJEMPLARES

 Una edición del libro

     - NO LO HICE adrede.
     Yo tampoco. Es todo lo que se le ocurrió repetir aquella imbécil, frente al jarro, hecho añicos. ¡Y era el de mi santa madre, que en gloria esté! La hice pedazos. Les juro que no pensé, un momento siquiera, en la ley del Talión. Fue más fuerte que yo.

     LO MATÉ porque habló mal de Juan Álvarez, que es muy mi amigo y porque me consta que lo que decía era una gran mentira.

     LO MATÉ porque era de Vinaroz.

     -¡ANTES MUERTA!-me dijo. ¡Y lo único que yo quería era darle gusto!
Max Aub (el de la derecha) en Quebec


     ERA TAN SENCILLO: Dios es la creación, a cada momento es lo que nace, lo que continúa, y también lo que muere. Dios es la vida, lo que sigue, la energía y también la muerte, que es fuerza y permanencia y continuidad. ¿Cristianos éstos que dudan de la palabra de su Dios? ¿Cristianos ésos que temen a la muerte cuando les prometen la resurrección? Lo mejor es acabar con ellos de una vez. ¡Que no quede rastro de creyentes tan miserables! Emponzoñan el aire. Los que temen morir no merecen vivir. Los que temen a la muerte no tienen fe. ¡Que aprendan, de una vez, que existe el otro mundo! ¡Sólo Alá es grade!

     SE MONDABA los dientes como si no supiese hacer otra cosa. Dejaba el palillo al lado del plato para, tan pronto como dejaba de masticar, volver al hurgo. Horas y horas, de arriba abajo, de abajo arriba, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, de adelante para atrás, de atrás para adelante. Levantándose el labio superior, leporinándose, enseñando sus incisivos –uno tras otro- amarillentos, bajándose el inferior hasta la encía carcomida: hasta que sangró; un poco nada más. Le transformé la biznaga en bayoneta, clavándosela hasta los nudillos.
     Se atragantó hasta el juicio final. No temo verle entonces la cara. Lo gorrino quita lo valiente.

     EMPEZÓ A DARLE VUELTA al café con leche con la cucharita. El líquido llegaba al borde, llevado por la violenta acción del utensilio de aluminio (el vaso era ordinario, el lugar barato, la cucharilla usada, pastosa de pasado). Se oía el ruido del metal contra el vidrio. Ris, ris, ris, ris. Y el café con leche dando vueltas y más vueltas, con un hoyo en su centro. Maelstrom. Yo estaba sentado enfrente. El café estaba lleno. El hombre seguía moviendo y removiendo, inmóvil, sonriente, mirándome. Algo se me levantaba de adentro. Le miré de tal manera que se creyó en la obligación de explicarse:
     -Todavía no se ha deshecho el azúcar.
     Para probármelo dio unos golpecitos en el fondo del vaso. Volvió en seguida con redoblada a energía a menear metódicamente el brebaje. Vueltas y más vueltas, sin descanso, y el ruido de la cuchara en el borde del cristal. Ras, ras, ras. Seguido, seguido, seguido sin parar, eternamente. Vuelta y vuelta y vuelta y vuelta. Me miraba sonriendo. Entonces saqué la pistola y disparé.


jueves, 6 de octubre de 2011

Julio César.- COMENTARIOS DE LA GUERRA CIVIL



Julio César.- COMENTARIOS DE LA GUERRA CIVIL

LIBRO PRIMERO
Pompeyo y César
     1. Después que Fabio entregó a los cónsules la carta de Cayo César, costó mucho recabar de éstos el que se leyese en el Senado, aun mediando para ello las mayores instancias de los tribunos del pueblo, pero nada bastó para reducir a que hicieran la propuesta del tenor de su contenido; y así sólo propusieron lo tocante a la República. Lucio Lentulo, uno de los cónsules, promete no desamparar al Senado y a la República, como quieran votar con resolución y entereza; pero si tiran a contemplar a César y a congraciarse con él, como lo han hecho hasta ahora, tomará por si sólo su partido, sin atender a la autoridad del Senado, que también él sabrá granjearse la gracia y amistad de César. Escipión se explica en los mismos términos, afirmando que Pompeyo está resuelto a no abandonar la República si encuentra apoyo en el Senado; pero que si éste se muestra irresoluto y blandea, después, aunque quiera, en balde implorará su ayuda.
Una sesión del Senado romano
     2. Esta proposición, como se tenía el Senado en Roma, estando Pompeyo a sus puertas, parecía salir de la boca del mismo Pompeyo. Algún otro dio parecer más moderado; tal fue, primero el de Marco Marcelo, que se esforzó en persuadir que no se debía tratar en el Senado lo concerniente a la República antes de que se hicieran levas por toda Italia y estuviesen armados los ejércitos, con cuyo resguardo pudiese el Senado segura y libremente decretar lo que mejor le pareciese; tal el de Marco Calidio, que insistía en que Pompeyo fuese a sus provincias para quitar toda ocasión de rompimiento; que César se recelaba de que Pompeyo en haberle sonsacado las dos legiones no tuvo más mira que servirse de ellas contra su persona, y tener estas fuerzas a su disposición en Roma; tal en fin el de Marco Rufo, que con alguna diferencia de palabras convenía en la substancia con Calidio. Se opuso violentamente a estos tres Lucio Lentulo, y se cerró en que no había que proponer el voto de Calidio. Así Marcelo, aterrado con los baldones, abandonó su parecer, u así violentados los más por la destemplanza del cónsul, terror del ejército presente, y amenazas de los amigos de Pompeyo, siguen mal de su grado la sentencia de Escipión: “que dentro de cierto término deje César el ejército; donde no, se le declare por enemigo de la República. Opónese Marco Antonio y Quinto Casio, tribunos del pueblo. Pónese al punto en consejo la protesta; díctanse sentencias violentas. Quien acertó a explicarse con más desabrimiento y rigor, ese se lleva mayores aplausos de los enemigos de César.
Plano del Foro