jueves, 26 de julio de 2012

François Mauriac.- EL DESIERTO DEL AMOR

Una edición del libro
    


     CAPITULO PRIMERO

     Durante muchos años, Raymond Courrèges alimentó la esperanza de volver a encontrar en su camino a María Cross, pues deseaba ardientemente vengarse de ella. Muchas veces siguió en la calle a una transeúnte pensando que era aquélla a la cual buscaba. Luego el tiempo había apaciguado de tal forma su rencor, que, cuando el destino volvió a ponerlo frente a esa mujer, no experimentó en el primer momento esa mezcla de felicidad y de furor que un encuentro semejante debería haberle producido. Cuando entró aquella tarde en un bar de la calle Duphot no eran más que las diez de la noche, y el mulato del jazz canturreaba solo ante un maître de hotel atento. En la estrecha boîte, donde hasta la medianoche las parejas estarían pisoteándose, roncaba, como su fuera una gorda mosca, un ventilador. al portero, que extrañado dijo: “No estamos acostumbrados a verlo tan temprano, señor…”, Raimond contestó sólo con una señal de la mano indicando que interrumpieran ese zumbido. El portero, confidencialmente, quiso en vano convencerlo de que “el nuevo sistema, sin producir viento, absorbía el humo”. Courrèges de dio tal mirada que el hombre se batió en retirada hacia el guardarropa; pero en el techo el moscardón calló como si hubiera sido un moscardón que se detiene en el vuelo.

Mauriac entre libros

     El joven, entonces, después de haber deshecho la línea inmaculada de los manteles y luego de hacer reconocido en el espejo su rostro, que se mostraba como en uno de sus peores días, interrogóse: “¿Qué es lo que no marcha?” ¡Cáspìta! Odiaba las tardes perdidas y esta sería una tarde perdida por culpa de ese animal de Eddy H… debió forzar al muchacho, cazarlo en su redil para traerlo al cabaret. Durante la comida, y apenas se hubo sentado en el borde de la silla, impaciente, Eddy se excusó de su falta de atención, pues le dolía la cabeza. Se aprontaba ya para un placer futuro y próximo. Una vez que hubo tomado su café, Eddy huyó, alegre, brillantes los ojos, las orejas rojas, las ventanillas de la nariz abiertas. Durante todo el día Raimond habíase hecho una agradable imagen de esta tarde y de esa noche, pero sin duda Eddy había preferido ofertas de placer más refrescante que ninguna confidencia.

El chalet de los Mauriac en las Landas

     Extrañóse Courrèges de sentirse no sólo decepcionado y humillado, sino también triste. Se sentía escandalizado al ver que cualquier camarada le resultaba irremplazable. Esta era una novedad en su vida: hasta los treinta años había sido incapaz de ese desinterés que exige la amistad. Por lo demás, se encontraba demasiado ocupado con las mujeres; había, pues, despreciado todo aquello que no le parecía objeto de posesión, y podía haber dicho, como un niño goloso: “Sólo amo aquello que se devora.” En ese tiempo usaba a sus amigos como testigos o como confidentes: para él un amigo era antes que nada un par de orejas. Gustaba también de probarse a si mismo que los dominaba, que los dirigía; tenía la pasión de influir y halagábale poder desmoralizarlos metódicamente.

La calle Duphot en esa época

     Raymond Courrêges se habría hecho una clientela tal como su abuelo el cirujano, como su tío abuelo jesuita, como su padre el doctor, si hubiera sido capaz de subordinar sus apetitos a una carrera y si su gusto por el placer no le hubiera impedido siempre perseguir lo que no le producía satisfacción inmediata. Sin embargo, llegaba a la edad en la que se dirigen al alma pueden establecer su dominio: Courrèges sabía sólo enseñar a sus discípulos el mejor rendimiento del placer. Pero los más jóvenes deseaban tener cómplices de su misma generación, por lo cual su clientela mermaba. En el amor, la caza siempre abunda; pero el pequeño rebaño de aquellos que han empezado a vivir con nosotros se reduce cada año. Courrèges odiaba, por tener su misma edad, a esos sobrevivientes de las sombrías heridas de la guerra, que, con el pelo gris, su panza y sus cráneos, habíanse hundido en el matrimonio o estaban deformados por la profesión. Los acusaba de ser los asesinos de su juventud y de traicionarla antes que la juventud renunciara a ellos.

 Mauriac con sus amigos




No hay comentarios:

Publicar un comentario