El autor, en un momento de descanso
De los hechos minuciosamente reconstruidos nada podía deducirse, salvo que el descubrimiento realizado por los dos carreteros de Dizy era, por decirlo de algún modo, insólito.
El domingo –era el 4 de abril- había diluviado desde las tres de la tarde.
A esas horas había en el puerto, sobre la esclusa 14, que sirve de conexión entre el Marne y el canal lateral, dos gabarras descendentes con motor, un barco que descargaban y otro a medio cargar.
Poco antes de las siete, cuando comenzaba el crepúsculo, un barco cisterna, el Eco III había penetrado en la cámara de la esclusa tras anunciar su llegada.
El esclusero, al verlo, se había puesto del mal humor porque en su casa lo esperaban unos parientes que habían ido a visitarlo. Había dirigido una señal negativa a un “barco cuadra” que se acercó acto seguido, arrastrado lentamente por sus dos caballos.
Esclusa en el rio Oise
De vuelta a su casa, no había tardado en ver entrar al carretero, a quien ya conocía.
-¿Puedo pasar la esclusa? Al patrón le gustaría dormir mañana en Juvingny.
-Pasa si quieres. Pero tendrás que encargarte tu mismo de abrir las puertas.
La lluvia caía cada vez con mayor violencia. desde su ventana el esclusero vio la figura rechoncha del carretero caminando pesadamente de una puerta a otra, haciendo avanzar sus animales y enganchando las sirgas a las bitas.
La gabarra se alzó poco a a poco por encima de los muros. Ya no era el patrón quien llevaba el timón, sino su esposa, una gorda bruselense de voz aguda y cabellera de un rubio chillón.
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A las siete y veinte la gabarra La Providence se había detenido delante del Café de la Marine, detrás del Eco III. Los caballos subieron a bordo. El carretero y el patrón de la gabarra se dirigieron al café, donde ya se encontraban otros marineros y dos pilotos de Dizy.
A las ocho, cuando la noche había caído por completo, un remolcador dejó junto a las puertas de la esclusa los cuatro barcos que arrastraba.
Esto aumentó la clientela del Café de la Marine. Se llenaron seis de las mesas. hablaron de una a otra. Los que entraban dejaban tras de si regueros de agua y sacudían sus botas pegajosas
En la habitación contigua, una tiendecita iluminada por una lámpara de petróleo, las mujeres hacían sus compras.
La atmósfera estaba muy cargada. Discutieron sobre un accidente que se había producido en la esclusa 8 y sobre el retraso que podrían sufrir los barcos ascendentes.
A las nueve, la patrona de la Providence acudió al Café de la Marine a buscar a su marido y al carretero, y se fueron después de un saludo a la redonda.
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A las diez, las lámparas se habían apagado a bordo de la mayoría de los barcos. El esclusero acompañó a sus parientes hasta la carretera de Epernay, que franquea el canal a dos kilómetros de la esclusa.
No vio nada anormal. De vuelta, al pasar por delante del Café de la Marine, el esclusero asomó la cabeza y un piloto le llamó.
-¡Vente a tomar una copita! Estás empapado.
Bebió una copa de ron de pie. Los carreteros, ahítos de vino tinto y con los ojos brillantes, se levantaron para dirigirse a la cuadra contigua al café; una vez allí, se acostaron en la paja, al lado de sus caballos.
No estaban del todo borrachos, pero habían bebido lo suficiente como para dormir profundamente.
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En la cuadra, iluminada por una linterna de seguridad regulada a media luz, había cinco caballos.
A las cuatro, uno de los carreteros despertó a su compañero y ambos se ocuparon de los animales. Oyeron como sacaban de la gabarra los caballos de La Providence y los enganchaban.
DA esa misma hora, el dueño del café se levantó y prendió la lámpara de su habitación en el primer piso. También él oyó ponerse en marcha La Providence.
A las cuatro y media, el motor diesel del barco cisterna, el Eco III, empezó a carraspear y se marchó al cabo de un cuarto de hora, después de que el patrón hubiera tomado un ponche en el café, cuyas puertas acababan de abrir.
No bien salió, y cuando su barco no había llegado al puente, los dos carreteros descubrieron aquello.
Uno de ellos arrastraba sus caballos hacia el camino de sirga. El otro, que hurgaba en la paja para encontrar su látigo, tropezó con un cuerpo frío.
Creyó reconocer un rostro humano e, presionado, buscó su linterna e iluminó el cadáver que pronto conmocionaría a Dizy y alteraría la vida del canal.
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