viernes, 6 de julio de 2012

Fustel de Coulanges.- LA CIUDAD ANTIGUA

Fustel de Coulanges



LA CIUDAD ANTIGUA



Libro Primero. Capítulo Primero: CREENCIAS SOBRE EL ALMA Y LA MUERTE

La entrada del mundo de ultratumba en un mausoleo egipcio 

      Hasta en los últimos tiempos de Grecia y de Roma subsisten en el vulgo un cúmulo de pensamientos y de costumbres que procedían de una época muy remota, y que pueden servirnos para conocer las ideas que al principio se formó el hombre acerca de su propia naturaleza, de su alma y del misterio de la muerte.



      Por mucho que nos adentremos en la historia de la raza indo-europea, de la cual son ramas las poblaciones griegas y romanas, no hallaremos pruebas de que esta raza haya emitido opiniones de que la muerte significa el fin de todo. Las antiguas generaciones, anteriores a la aparición de los filósofos, creyeron en otra existencia posterior a la presente y miraron la muerte, no como la disolución completa de nuestro ser, sino como un simple cambio de vida.

Un sepulcro romano

      Pero, ¿en qué sitio y de qué modo transcurría esta segunda existencia? ¿Creían que el espíritu mortal cuando salía del cuerpo iba a animar a otro? No; no la creencia de la metempsicosis no pudo arraigar jamás en el ánimo de las poblaciones greco-italianas, y tampoco creían en ella los arios del Oriente, puesto que los himnos de los Vedas se encuentran en oposición con ella. ¡Creían que el espíritu se remontaba al cielo, hacia una región de luz? Tampoco; porque la idea de que las almas entraban en una morada celestial es de época relativamente reciente en Occidente, puesto que la primera vez que se la ve expresada es por el poeta Facilides, y la mansión celestial no fue mirada sino como recompensa para algunos grandes personajes. Según las creencias más antiguas de los italianos y de los griegos, no era el otro mundo extraño a éste en el que debía pasar el alma su segunda existencia, sino en este mismo, cerca de los hombres, continuando su vida debajo de la tierra. Hasta se llegó a creer durante mucho tiempo que en esta segunda existencia el alma permanecía unida al cuerpo y que, puesto que había nacido con él, no se la separaba por la muerte, sino que se encerraba con él en la tumba.



      Por antiguas que sean estas creencias, nos han dejado testimonios auténticos en los ritos de las sepulturas, que sobrevivieron mucho a las creencias primitivas, pero que habían nacido con ellas y nos ayudan a comprenderlas. Los ritos sepulcrales demuestran que cuando se depositaba un cuerpo en la tumba se creía enterrar en ella algo que aún tenía vida. Virgilio, que con tanta precisión y escrúpulo describe las ceremonias religiosas, termina la relación de los funerales de Polidoro con estas palabras: “Encerramos el alma en el sepulcro.” Hállase la misma expresión en Ovidio y en Plinio el Joven, y no porque correspondiese a las ideas que estos escritores tenían acerca del alma, sino porque desde tiempo inmemorial se había perpetuado en el lenguaje, atestiguando las creencias antiguas del vulgo. Era costumbre al final de la ceremonia fúnebre llamar tres veces al alma del muerto por el nombre que había llevado en vida; se le deseaba una existencia feliz bajo tierra, y tres veces se le decía: “Pásalo bien”, añadiendo: “que la tierra te sea ligera”. ¡Hasta tal punto se creía que iba a seguir viviendo bajo tierra y que conservaría el sentimiento del bienestar o del sufrimiento!

La casa de Fustel en Passy 












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