domingo, 22 de mayo de 2011

Goethe-Fausto

J.W. Goethe. FAUSTO.

Primera Parte. Escena Primera.
     Noche. En un aposento gótico, de altas bóvedas, Fausto, inquieto, en un sitial ante el facistol 



     FAUSTO.- Ahora ya, ¡ay!, he estudiado a fondo filosofía, leyes, medicina y, por desgracia también, teología, con ardoroso esfuerzo. Y ahora me encuentro, ¡pobre de mi!, tan sabio como antes. Me llaman maestro y hasta doctor, y diez años llevo ya zamarreando a mis discípulos, cogidos de la nariz, arriba, abajo, a este lado y al otro... y veo que no podemos saber nada. Lo cual me achicharra la sangre. Cierto que soy más discreto que todos esos jactanciosos doctores, maestros, escribanos y clérigos: no me quitan el sueño escrúpulos ni dudas y no le tengo miedo ni al infierno ni al diablo...; pero, en cambio, también ha huido de mi toda alegría, no me imagino saber nada a derechas, no me hago la ilusión de poder enseñar nada, ni de mejorar ni convertir a los hombres. Tampoco tengo bienes, ni dinero, ni honor y lustre mundanos; un perro no habría podido aguantar tanto esta vida. Por eso me he consagrado a la magia, a ver si por la fuerza y el verbo del espíritu, se me puede revelar más de un misterio, a fin de no tener más necesidad de decir, sudando la gota gorda, aquello que no sé; de reconocer lo que el mundo encierra en su más íntimo meollo, contemplar toda la fuerza operante y las causas de las cosas, y no seguir atascado en palabras. ¡Oh, si por última vez tú, ¡oh luna llena!, alumbrases esta tortura mía, que tantas madrugadas me tuvo desvelado ante este atril! Luego, sobre libracos y papeles, te me aparecían tú, ¡oh triste amiga! ¡Pudiera yo, ¡ay!, vagar por cumbres de montañas, bañado en tu dilecta lumbre, gravitar en torno a los alpestres antros en compañía de los espíritus, vagar en tu penumbra por los prados, y libre de todo tormento por saber, bañarme, sano, en tu rocío... ¡Ay de mi! ¿Estoy aún en la cárcel? ¡Maldito romo agujero donde hasta la clara luz del cielo turbia penetra por los pintados vidrios! Arrinconado tras esta pila de libros, que la polilla roe, cubierto de polvo, que hasta lo alto de esas bóvedas envuelve un ahumado papel; todo alrededor obstruido con vasos y redomas, atestado de instrumentos; todo el menaje familiar de los abuelos ahí apilado... ¡He ahí el mundo! ¡Vaya un mundo! ¿Y todavía preguntas por qué tu corazón se encoge triste en el pecho? ¿Por qué un inexplicable pesar te cohíbe todo impulso de vida? En vez de esa viva Naturaleza que Dios creó ahí para los hombres, sólo te rodean a ti por todas partes humo y polilla y costillas de animales y fémures de muertos... ¡Huye! ¡Arriba! ¡Allá, a ese ancho mundo. ¿No será bastante compañía para ti este misterioso libro de Nostradamus, escrito de su puño y letra? Reconocerás luego el curso de los astros, y en sometiéndosete la Naturaleza, se levantará la fuerza del alma, según un espíritu le habla a otro. Inútil es que un árido sentido te explique aquí esos signos sagrados... Cerníos en torno a mi, ¡oh espíritus! ¡Contestadme si me oís! (Abre el libro y contempla el signo del macrocosmos). ¡Ah y qué delicia fluye de esa visión y de repente inunda mis sentidos todos! ¡Siento una juvenil, sagrada dicha vital correr con nuevo ardor por mis nervios y venas!

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