sábado, 28 de mayo de 2011

Quevedo: EL BUSCÓN



Quevedo: EL BUSCÓN. Cap. II



     DE COMO FUE A LA ESCUELA Y LO QUE EN ELLA LE SUCEDIÓ.
Calleja de Segovia
    

     A otro día ya estaba comprada la cartilla y hablado el maestro. Fui, señora, a la escuela; recibióme muy alegre diciendo que tenía cara de hombre agudo y de buen entendimiento. Yo, con esto, por no desmentirle di muy bien la lición aquella mañana. Sentábame el maestro junto a sí, ganaba la palmatoria los más días por venir antes e íbame el postrero por hacer algunos recados a la señora, que así llamábamos a la mujer del maestro. Teníalos a todos con semejantes caricias obligados; favorecíanme demasiado, y con esto creció la envidia de los demás. Llegábame a todos, a los hijos de caballeros y personas principales, y particularmente a un hijo de don Alonso Coronel de Zúñiga, con el cual juntaba meriendas. Íbame a su casa a jugar los días de fiesta y acompañábale cada día. Los otros, o que porque no les hablaba o que porque les parecía demasiado punto el mío, siempre andaba poniéndome nombres tocantes al oficio de mi padre. Unos me llamaban don Navaja y otros don Ventosa; cuál decía, por disculpar la invidia, que me quería mal porque mi madre le había chupado dos hermanitas pequeñas de noche; otro decía que mi padre le había llevado a su casa para que la limpiase de ratones (por llamarle gato). Unos me decían "zape" cuando pasaba y otros "miz". Cuál decía:

     - Yo le tiré dos berenjenas a su madre cuando fue obispa.
La ciudad de Segovia

     Al fin, con todo cuando andaban royéndome los zancajos, nunca me faltaron, gloria a Dios; y aunque yo me corría disimulaba; todo lo sufría, hasta que un día un muchacho se atrevió a decirme a voces hijo de una puta y hechicera; lo cual, como me lo dijo tan claro (que aun si me lo dijera turbio no me diera por entendido) agarré una piedra y descalabréle. Fuíme a mi madre corriendo que me escondiese; contéla el caso; díjome:

     - Muy bien hiciste: bien muestras quién eres; sólo anduviste errado en no preguntarle quién se lo dijo.

     Cuando oí esto, como siempre tuve altos pensamientos, volvíme a ella y roguéla me declarase si le podía desmentir con verdad o que me dijese si me había concebido a escote entre muchos o si era el hijo de mi padre. Rióse y dijo:


     - ¡Ah, noramaza! ¿eso sabes decir? No será bobo, gracia tienes. Muy bien hiciste en quebrarle la cabeza, que estas cosas, aunque sean verdad, no se han de decir.

     Yo con esto quedé como muerto y díme por novillo de legítimo matrimonio, determinado a coger lo que pudiese en breves días y salirme de en casa de mi padre: tanto pudo conmigo la vergüenza. Disimulé, fue mi padre, curó al muchacho, apaciguólo y volvióme a la escuela, donde el maestro me recibó con ira hasta que, oyendo la causa de la riña, se le aplacó el enojo considerando la razón que había tenido.



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