martes, 28 de junio de 2011

Heine: MEMORIAS DEL SEÑOR SCHNABELEWOPSKI.

El libro del que he copiado estas líneas

Heine: MEMORIAS DEL SEÑOR SCHNABELEWOPSKI.
Una edición holandesa con la efigie de Heine

Capitulo 1
     Mi padre se llamaba Schnabelewopski, mi madre se llamaba Schnabelewopska. Como hijo legítimo de ambos nací el 1ª de abril de 1797 en Schnabelewopsk. Mi tía, vieja dueña de Pipitzka, cuidó mi niñez y me narró muchos cuentos bellos; a menudo me dormía cantando una canción cuyas palabras y melodía ha olvidado mi memoria. Lo que nunca olvidaré, sin embargo, es la manera misteriosa con que movía la temblorosa cabeza al cantarla y cuan melancólico entonces parecía su único diente, el ermitaño de su boca. También me acuerdo algunas veces del papagayo, cuya muerte lloraba a menudo con amargura. Asimismo, mi vieja tía está ahora muerta y yo soy el único ser del mundo que aún piensa en su querido papagayo. Nuestra gata se llamaba Mimí y nuestro perro se llamaba Joli. Tenía un gran conocimiento de los hombres y siempre evitaba mi encuentro cuando yo cogía el látigo. Una mañana dijo nuestro sirviente que el perro estaba con el rabo entre las piernas y que dejaba que la lengua colgase más que de costumbre; el pobre Jolí fue lanzado al agua con algunas piedras que le sujetaron al cuello. En esta ocasión se ahogó.

Paisaje estival de Polonia

Nuestro criado se llamaba Prrshtzztwitsch. Hay que estornudar si se quiere pronunciar bien ese nombre. Nuestra doncella se llamaba Swurtszska, que en alemán suena algo áspero, pero en polaco extraordinariamente melodioso. Era una mujer gorda y rechoncha de cabellos blancos y dientes rubios. Correteaban, además, por la casa, dos hermosos ojos negros, a los que se daba el nombre de Serafina. Era mi linda y adorada primita. Juntos jugábamos en el jardín y observábamos el trajín de las hormigas y atrapábamos mariposas y plantábamos flores. Un día se rió como loca cuando planté mis calcetinitos con la idea de que habían  de crecer un par de bueno pantalones para mi padre.   
Un palacio en la campiña polaca
     Mi padre era el más bueno del mundo y fue durante mucho tiempo un hombre hermoso; la cabeza empolvada; detrás, una coletilla cuidadosamente trenzada, que en lugar de colgar estaba sujeta a la coronilla con un peinecito de concha. Sus manos eran de una blancura deslumbrante y yo las besaba a menudo. Me parece como si todavía aspirase su dulce aroma y él me mirase de un modo penetrante en los ojos. He querido mucho a mi padre y nunca pensé que pudiera morir.
Un noble polaco

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