lunes, 27 de junio de 2011

Ferlosio.- ALFANHUÍ



Sánchez Ferlosio: INDUSTRIAS Y ANDANZAS DE ALFANHUÍ

     XI. DONDE EL MAESTRO CUENTA LA HISTORIA DE LA SILLA DE CEREZO Y DE LA PRIMERA INDUSTRIA QUE CON EL CASTAÑO SE HIZO.

     Alfanhuí y su maestro hablaron mucho aquellas noches. El maestro contó que había comido una vez una cereza de la silla. Sabía a nueces, a brasero apagado y a velas de esperma, que es sabor de los interiores y del hastío de las casas. El maestro había visto en sueños toda la historia de
Cerezo bajo el crepúsculo
aquel cerezo la noche en que había comido su fruto. Lo había plantado en el jardín el antiguo dueño de la casa, que era ebanista. Tiempo después se había casado este hombre con una mujer y muy guapa y había cortado el cerezo para hacerle una silla. La mujer se sentaba allí todas las tardes y
Un cerezo florido
 hacía labor sobre su regazo. Pero el cerezo había sido cortado en plena juventud y convertido en silla y encerrado en aquel interior, y estaba enfermo de hastío. El cerezo odiaba cuatro cosas de la casa y siempre se las venía delante: una colcha de seda morada con muchos flexos, que había
Cerezo en flor
sobre la cama de matrimonio, la cesta de la labor, hecha de mimbre y de cintas, un cojín árabe con cuatro borlas en las esquinas y, sobre todo, un calendario de cartón repujado, festoneado con una nube de color rosa-valladolid y con un dibujo de cisnes y jardines en el centro, como el último número del juego de la oca y un letrero debajo donde ponía:

VIUDA DE RUIPEREZ

Fábrica de galletas finas

Casa fundada en 1911   Dos Hermanas (Sevilla)

     Con esto había enfermado la silla de cerezo del mal de hastío y recordaba sus buenos tiempo cuando florecía en el jardín. Y quiso vengarse del ebanista. Poco a poco fue contagiando de su mal a la mujer, que se
Sillas de madera de cerezo
sentaba sobre ella para zurcir. La mujer enfermó también y por eso non tenía hijos y se iba volviendo toda como de cera y se le apagaba la mirada, hasta que un día murió de hastío, como desvanecida. Desde entonces estaba la silla en el desván, porque el ebanista la había subido allí para no verla más.
El autor

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